Dos mujeres pioneras de la instrucción en el Paraguay

 

A finales del siglo XIX, el Paraguay se halló en la urgente e inderogable necesidad de reconstruir un país completamente anonadado por la sangrienta guerra de la Triple Alianza (1864-1870). Casi toda la población masculina había muerto en guerra: en el desolador desastre demográfico sobrevivían solo 28.000 hombres, junto a niños y mujeres. A las mujeres les tocó, por eso, la tarea de levantar de nuevo los destinos del país y de poner en marcha la obra de reconstrucción de los varios sectores de la vida social; entre estos, el fundamental de la educación nacional. Fue la época de la “gloriosa mujer paraguaya”, que también el Papa Francisco recordó en diversas circunstancias, hablando del Paraguay.

Con la instauración de la República y la promulgación de la Constitución Nacional de 1870, en que se establecía la “Educación primaria gratuita y obligatoria”, la finalidad fundamental del sistema educativo nacional, al menos teóricamente, aspiraba a la educación integral del individuo, que fuera consciente de su dignidad de ciudadano y de los propios derechos, se sintiera miembro de su comunidad y de la nación, estuviera preparado a vivir como protagonista en la naciente sociedad democrática.

Para encontrar personal calificado que se dedicara a la obra educativa, el Gobierno en funciones intentó volver a llamar y reclutar a profesores extranjeros y connacionales calificados que, a causa de la guerra, habían emigrado a otros lugares, donde habían podido estudiar y prepararse. Entre estos compatriotas seleccionados, estuvieron las hermanas, ambas maestras, Adela y Celsa Speratti, quienes, como auténticas pioneras de la educación, emprendieron una verdadera cruzada contra la ignorancia y el analfabetismo en el Paraguay.

Por su coraje, su dedicación, la osadía y las capacidades, recuerdan de cerca a Maria Montessori, porque, como la educadora italiana su contemporánea (1870-1952), desempeñaron una función grande en la eliminación de los límites y obstáculos impuestos por la historia y la sociedad, sobre todo a las mujeres, en un momento difícil de su país, contribuyendo con sus habilidades humanas y profesionales a levantar de nuevo los destinos del Paraguay, en el ámbito educativo-cultural y social.

Las hermanas Speratti que, a pesar de la escasez de documentación que lo compruebe, resultan descendientes de antiguos emigrados italianos, nacieron ambas en el Paraguay, precisamente durante la guerra, una en 1865 y la otra en 1868. Perdieron al padre en el conflicto y, como cuenta en la biografía de ellas la historiadora paraguaya Mary Monte de López Moreira[1], se mudaron a Argentina con la madre, quien, con sacrificio, coraje y clarividencia, ofreció a ambas la oportunidad de conseguir el diploma de maestra.

Adela y Celsa se graduaron con mención de honor y, muy pronto, se distinguieron en el país cercano por la excelente reputación profesional, fama que llegó también al Paraguay. Por eso, el Gobierno paraguayo pidió su presencia en patria. Adela y Celsa, a pesar de un trato económico menos ventajoso, aceptaron y en 1890 regresaron al Paraguay, dedicándose completamente a la enseñanza.

El desafío de la educación pública y femenina

Para estas dos jóvenes maestras de 25 y 22 años, fue un gran desafío, en un momento en que, además de las dificultades de la posguerra y de la gran pobreza en que se hallaba el país, la enseñanza era una profesión puramente masculina y la inserción de la mujer en el sistema educativo era todavía una idea relativamente nueva. En la visión predominante de aquel tiempo, la instrucción y la escuela eran cosas para niños y la presencia en el aula, entre los alumnos, una prerrogativa casi exclusivamente masculina.

Las dos jóvenes maestras, que llegaban ricas en estudios, ideas y un gran entusiasmo para la educación popular, dedicaron, desde el primer momento, una atención particular a la formación de maestras, con el intento de elevar el nivel cultural y la difusión de la instrucción, y de alcanzar a un gran número de ciudadanos también en las zonas rurales. Muy pronto, gracias a su compromiso y al de pocas otras pioneras, la inclusión de las mujeres en todos los niveles del nuevo sistema educativo fue la novedad y el resultado de mayor importancia.

Alimentadas de las ideas pedagógicas modernas y animadas de las teorías educativas de los más conocidos pedagogos europeos y americanos de aquel tiempo, en particular, de Johann Heinrich Pestalozzi, Herbert Spencer y Horacio Mann (definido el padre de la escuela pública estadounidense), plenamente dotadas de una auténtica vocación por la enseñanza, empezaron a proyectar las bases para la formación docente en el país, y trabajaron con tenaz compromiso para mejorar la educación de la infancia y la instrucción pública del Paraguay.

Las dos maestras, sin embargo, tuvieron que enfrentarse con grandes dificultades: la instrucción pública se hallaba en grave atraso con respecto a la de Argentina, el país estaba sumergido en la pobreza y faltaban materiales y subsidios didácticos de todo tipo. Las Speratti nunca se dieron por vencidas y actuaron con perseverancia y tenacidad, sin ceder a la fatiga. Sobre todo, por la paciencia y el coraje de la maestra Adela, superaron momentos difíciles y salieron victoriosas, incluso en complicadas contiendas inherentes a la gestión de las elecciones personales, en ámbito educativo y cultural, de parte de la misma Adela.

La cadena de la educación

Además de dirigir (Adela como directora y la hermana Celsa como vicedirectora) la primera escuela de enseñanza básica graduada para niñas y muchachas, ellas enseñaban en los varios grados. Una vez que se dieron cuenta de que la plantilla de los docentes estaba constituida por pocos maestros, improvisados y no bien preparados, solicitaron abrir enseguida un instituto para educadoras, es decir, para aquellas alumnas que, después de terminar el nivel mínimo de educación, fueran interesadas en dedicarse a la profesión. Fue así como, en 1893, tres años después de la llegada de las dos maestras y la apertura de la escuela graduada, las primeras maestras paraguayas recibieron el diploma.

Adela y Celsa ya habían creado los primeros eslabones de una cadena educativa que no podía detenerse: las jóvenes muchachas que ellas habían formado como maestras, a su vez, ayudaban en la educación a muchas otras niñas. De las filas de sus alumnas salieron figuras de mujeres importantes que, con el trascurrir del tiempo, no solo continuaron la obra educativa, sino que contribuyeron también a la transformación de las costumbres que relegaban a la mujer a funciones secundarias, dando una gran aportación a la promoción social del país y a la emancipación femenina.

El compromiso de las dos maestras, sin embargo, no se limitaba a la escuela. Al final de las lecciones, recibían en su casa alumnas que necesitaban refuerzo didáctico o asistencia material y espiritual; a veces, ofrecían también su modesta casa a muchachas procedentes del interior del país. Se dedicaron a diversas iniciativas culturales y caritativas en favor de personas que la guerra había reducido a la miseria. Colaboraron con sus artículos con una revista pedagógica publicada en Uruguay, debatían en los centros culturales y escribían sus opiniones en los periódicos locales. Dedicaron muchos esfuerzos a la organización de conferencias sobre temas pedagógicos, como medio para promover el mejoramiento de los conocimientos profesionales de los maestros en la escuela primaria.

La fundación, en 1896, de la primera Escuela Normal para maestros e, inmediatamente después, de la para maestras, sobre la base de la escuela graduada y para las educadoras, que ya funcionaba, fue una conquista importante en la cual las maestras Speratti tuvieron una función grande. La directora Adela, en particular, infuso en la nueva institución femenina todo lo que una mente brillante como la suya podía dar, y la organizó según los criterios pedagógicos avanzados de aquel tiempo, lo cual la rindió famosa dentro y fuera del país.

Adela, que se había dedicado a su profesión como a un auténtico apostolado, murió a la edad de solo 37 años. La hermana Celsa le sucedió en la dirección de la Escuela Normal femenina y, en 1907, a pesar de que se retiraba de la enseñanza activa por exigencias familiares, continuó en la promoción cultural del país hasta 1938, el año de su muerte.

Los diarios de aquel tiempo dedicaron, a ambas, páginas llenas de elogios y reconocimientos en signo de gratitud; varios intelectuales fueron inspirados por las obras de estas dos maestras en escribir cantos elogiosos y poemas; en el Paraguay se encuentran, hoy, escuelas, institutos educativos y calles dedicados a las dos educadoras.

Desde el 2009, todos los paraguayos ven, cotidianamente, representados en el billete de 2000 guaraníes en circulación en el país, los rostros de estas dos mujeres. Sin embargo, quizás pocos sepan quiénes son y qué han hecho: para realizar el sueño de Adela y Celsa, de una educación popular que prepare, desde muchachos, a ser buenos ciudadanos y excelentes profesionales, y el del reconocimiento de la alta dignidad de la profesión docente, hoy, en el Paraguay, hay todavía mucho camino por hacer.

Emanuela Furlanetto

 

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[1] Cf. M. Monte de López Moreira, Adela y Celsa Speratti, El Lector-Abc Color, Asunción 2011.

 

(Traducido del italiano por Luigi Moretti)

 

 

10/03/2020