La parroquia Sagrado Corazón de Jesús de Ypacaraí, las escuelas y las familias
Los jóvenes
Naturalmente, entre los protagonistas de la emergencia educativa no se puede dejar de incluir a los jóvenes. Son ellos quienes están manipulados por necesidades falsas, que, particularmente en un país como el Paraguay, revelan toda su futilidad. Es importante que descubran que el hombre no cuenta por lo que tiene, sino por lo que es. La civilización del tener y del aparecer es, también para ellos, la que impone los valores, trastornando también las relaciones familiares: ¡cuántas veces torturan lentamente a los padres para obtener lo que tienen sus amigos!
Falta a ellos una escuela seria, que los prepare para el futuro, si es verdad que las estadísticas colocan el Paraguay en los últimos lugares de las clasificaciones mundiales, respecto a la calidad de la enseñanza. Escasean aulas y laboratorios y, frecuentemente, una vez obtenido el trozo de papel final, la única manera para encontrar trabajo es vender la propia conciencia a un hombre de poder, afiliándose a su grupo.
Son víctimas de la crisis de la familia, tratados como máquinas estacionadas un poco en una parte y un poco en otra, con muchas heridas abiertas en el corazón.
A estos jóvenes sin raíces y sin meta, involucrados en una sociedad líquida que ha matado al padre y se ha quedado sin referencias, no se les puede pedir que nos den esperanza. Repetir que los jóvenes son nuestra esperanza –esperanza de vez en cuando de la sociedad, del país, de la Iglesia– es uno de aquellos lugares comunes cuya ambigüedad Emilio puso de relieve, durante una de las celebraciones con los estudiantes: “No se puede pedir a los jóvenes que nos den esperanza. Somos nosotros los que debemos darla a ellos”. Rodeados de personas en las cuales no pueden tener confianza, buscan a alguien con quien contar, que pueda darles el sentido de la vida.
Y quien no tiene esperanza, pero la pide a los jóvenes, no puede educar porque no sabe indicar un camino. Quien no tiene la felicidad en el corazón, quien no sabe comunicar que, más allá de todas las dificultades, está la posibilidad de una vida bella, transmite solo tristeza y carga a los jóvenes de sus fracasos, robándoles su futuro y sus sueños.
Sueños: otra palabra que en el Paraguay se ha convertido en un eslogan falto de significado. A fuerza de repetir expresiones como “El Paraguay que soñamos”, la realidad ha sido engullida por las ilusiones y la fantasía ha desalojado el empeño y el trabajo.
Se olvida, así, de que el único tiempo que pertenece al hombre es el presente, no el futuro, excepto en cuanto está encerrado en el hoy, y no el pasado, por el cual no podemos dejarnos encarcelar. Crecer quiere decir también no permanecer en el rencor y en la amargura por una infancia difícil, en la cual no se ha recibido lo del que se tenía derecho, absteniéndose de juzgar y condenar a los propios padres. El único juicio admisible es el de una vida diferente, que rompe el círculo del sufrimiento de los inocentes.
A menudo prisioneros del pasado, los jóvenes lo pueden ser también de sus sueños, cuando juegan a ser adultos y no lo son, cuando no edifican el futuro con responsabilidad, no piensan en un amor verdadero, grande, eterno y se contentan con sensaciones de breve duración. El amor empuja a construir, a tener algo propio, a no deber recurrir perennemente a mamá y papá, a comprender el valor de las cosas, del sacrificio con el cual se obtienen.
El verdadero sueño es el descubrimiento de la chispa divina de la que cada uno es portador y que está llamado a desarrollar: solo así realiza su vida.
Renovar la alianza
Frente a esta emergencia, es necesario un renovado pacto educativo. Partiendo de la situación de América Latina, a él más familiar, para abrazar luego otros países, el Papa Francisco afirmaba:
“Yo pensaba que era solamente en América Latina, o en algunos países de América Latina, que era lo que más conocía. En el mundo. Es el pacto educativo, pacto educativo que se da entre la familia, la escuela, la patria, la cultura. Está roto y muy roto, y no se puede pegar. El pacto educativo roto significa que sea la sociedad, sea la familia, sea las instituciones diversas delegan la educación en los agentes educativos, en los docentes, que –generalmente mal pagados– tienen que llevar sobre sus espaldas esta responsabilidad y, si no logran un éxito, se les recrimina, pero nadie recrimina a las diversas instituciones que han claudicado del pacto educativo, lo han delegado a la profesionalidad de un docente. Quiero rendir homenaje a los docentes, porque se han encontrado con esta papa caliente en la mano y se han animado a seguir adelante”[1].
Y en otra ocasión, interrogándose sobre las causas, declaró:
“Intelectuales ‘críticos’ de todo tipo han acallado a los padres de mil formas, para defender a las jóvenes generaciones de los daños –verdaderos o presuntos– de la educación familiar. La familia ha sido acusada, entre otras cosas, de autoritarismo, favoritismo, conformismo y represión afectiva que genera conflictos. De hecho, se ha abierto una brecha entre familia y sociedad, entre familia y escuela, el pacto educativo hoy se ha roto; y así, la alianza educativa de la sociedad con la familia ha entrado en crisis porque se ha visto socavada la confianza mutua. Los síntomas son muchos. Por ejemplo, en la escuela se han fracturado las relaciones entre los padres y los profesores. A veces hay tensiones y desconfianza mutua; y las consecuencias naturalmente recaen en los hijos”[2].
Sin este pacto, educar es tiempo perdido, porque los unos reman contra los otros. Cuando en la escuela y en la familia se hacen discursos contrarios y los valores no son los mismos, cuando la familia está despedazada en su interior, cuando los profesores son nombrados solo por su proximidad a un político, un joven ya no tiene más orientaciones.
Por eso, la emergencia educativa no se podrá resolver sin una renovación del pacto entre familia, escuela y sociedad, restableciendo una confianza recíproca.
La función de la Iglesia
La Iglesia favorece el renacimiento de este pacto. No porque quiera aumentar la propia influencia, acaparar algunos espacios, poner las manos sobre alguien, sino porque comparte la misma preocupación de quien ama verdaderamente a los jóvenes, que sean los padres, los profesores o los decision makers. Y para aquellos jóvenes quiere una vida bella, feliz, y está convencida de poder encontrar con todos una plataforma de acuerdo, a partir de la racionalidad que nos liga a todos.
En este diálogo y en esta búsqueda común, la Iglesia da su aportación específica, que es la de sanar las heridas del corazón, porque cada uno, aunque abandonado por los padres, tiene a Dios como padre y a la Iglesia como madre. Es la de afirmar la dignidad de todos, también de los más pequeños, porque Cristo ha derramado su sangre por todos. Es la de dilatar la perspectiva añadiendo la dimensión de la interioridad, haciendo así descubrir que no se trata de encontrar a un chivo expiatorio en los demás –que sean los padres, los hijos, los docentes o las Autoridades gubernamentales–, sino de escrutar dentro de sí. Es la de ratificar el principio de la responsabilidad personal, que nace de la conciencia del libre albedrío: arrancando a la criatura de concepciones que la transformarían en un títere en manos del Creador, permite a los padres no caer en las trampas paralelas de la permisividad y del hiperprotectivismo, que no toman debidamente en cuenta la libertad fundamental de cada ser humano.
Este es el programa y el compromiso de la parroquia Sagrado Corazón de Jesús de Ypacaraí, en una actitud de sana distinción, pero también de cordial colaboración, con las escuelas y las instituciones ciudadanas, a fin de que los jóvenes de la ciudad puedan tener una vida digna, bella y feliz.
(A cargo de Michele Chiappo)
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[1] Papa Francisco, Discurso de clausura del IV Congreso Mundial Educativo de “Scholas Occurrentes” (5 de febrero de 2015).
[2] Papa Francisco, Audiencia general (20 de mayo de 2015).
(Traducido del italiano por Luigi Moretti)
26/02/2024