A los feligreses de la parroquia Sagrado Corazón de Jesús de Ypacaraí (Paraguay)
Mis queridos amigos:
En este tiempo de pandemia, son muchos los que se ponen las siguientes preguntas: “¿Cómo se puede vivir y dar esperanza en un país en que domina el egoísmo? ¿Cómo se puede difundir la confianza en un mundo mejor? ¿Cómo se puede ayudar a los demás, si también nosotros mismos tenemos necesidad de ayuda?”.
Mi respuesta no quiere de ninguna manera sustituirse a su búsqueda, a su trabajo, a su voluntad de continuar investigando. Quiere tan solo estimular sus capacidades, a fin de que ustedes mismos estén en condiciones de dar una respuesta.
En sus cartas hay preguntas, pero se encuentran también algunas afirmaciones.
Tomemos, por ejemplo, esta primera pregunta: “¿Cómo se puede vivir y dar esperanza en un país en que domina el egoísmo?”.
Ante todo, la esperanza debe ser anunciada precisamente allí donde todo dice lo contrario de lo que esta afirma. Precisamente allí donde están odio y egoísmo nosotros debemos llevar la esperanza.
Muchas veces, hablamos y usamos ciertas palabras, pero dentro de nosotros queremos decir otras cosas.
Si cada uno de nosotros, cuando pronuncia una palabra, entiende algo diferente de lo que otro quiere expresar usando la misma palabra, entonces se crea una gran confusión entre nosotros y así no logramos entendernos. Todos usamos las mismas palabras, pero cada uno expresa cosas diferentes. Y, por eso, se crea la imposibilidad de comunicar entre nosotros. A lo mejor, seguimos también estando juntos, pero, de hecho, cada uno está consigo mismo y cada persona se vuelve como una casa sin puertas y ventanas, es decir, sin aperturas para encontrar al otro.
Es necesario, por eso, tener en común algo que nos permita encontrar un acuerdo entre nosotros.
Este algo podría ser simplemente un Diccionario.
Abrimos el Diccionario y vemos qué quiere decir aquella palabra. Luego, cuando la usemos, debemos usarla todos en el mismo significado. De esta manera, ya habríamos encontrado el camino hacia la solución.
Por ejemplo, tomo el Diccionario de uso del español de América y España (Vox) y voy a buscar la palabra “esperanza”. Encuentro esta definición: “Confianza de lograr una cosa o de que se realice algo que se desea”.
Y ahora ya podría dar una primera respuesta. Si en un país dominan el odio y el egoísmo, esto quiere decir que no hay amor y donación de sí mismos. Por lo tanto, llevar la esperanza a aquel país significa llevar lo que hoy no existe. En el caso que me han presentado, esto significa llevar amor y donación de sí mismos.
Si no hay amor y donación de sí mismos, estos valores no están en el presente de aquel país. Pero, si hay una espera viva y confiada, quiere decir que podrían estar en su futuro.
La esperanza nos lanza hacia el futuro. Anuncia un bien futuro.
En un país donde domina el odio, estamos llamados a anunciar el amor; donde está la muerte, la vida; donde está el desierto, el jardín en flor.
Y debemos anunciarlos sin condiciones, con absoluta certeza.
¿Por qué con absoluta certeza? Porque, si anunciamos las incertidumbres, las dudas, los titubeos, las probabilidades, siempre permanecemos parados en el mismo lugar y nada se mueve.
En el tener esta fuerza, está el misterio de dos libertades que se encuentran: la libertad de quien anuncia y la libertad de quien escucha.
Sin embargo, para ser hombres que anuncian con decisión, que llaman a la decisión, no podemos anunciar las ilusiones, crear ilusiones, pretender que nos podamos mover sobre la base de las ilusiones.
Las ilusiones –es siempre nuestro Diccionario el que nos da la explicación– son: “Imágenes mentales engañosas provocadas por una falsa percepción de la realidad debida a la interpretación errónea de los datos que perciben los sentidos”.
Soy yo mismo quien crea las ilusiones, intentando doblegar la realidad hacia aquellos lados que más me convienen, que más me dan satisfacción.
La esperanza, al contrario, no depende de lo que yo quiera en aquel momento. Depende de la fidelidad a la palabra escuchada.
Si la ilusión depende de mí, es un fruto creado por mí mismo, la esperanza, al contrario, depende de una palabra que alguien me dona.
Ahora bien, no hay esperanza sin la escucha de una palabra que alguien nos dona, si no creemos en esta palabra, no nos entregamos a ella y no la amamos. Y no la amamos, si esta no entra en relación con nuestra libertad interior. La amamos, si toca lo más profundo de nuestra interioridad.
Por eso, la fe como obediencia a la palabra, se acompaña siempre con la esperanza y el amor de quien la escucha.
Amar la palabra, creer en ella, esperarla no es posible si nosotros, en lo profundo de nuestra libertad, no lo queremos. Sin nuestra personal libertad, sin nuestro “sí” libre y no sustituido por la responsabilidad de ningún otro, nada tiene valor. Esta libertad es el don más grande que hemos recibido. Somos nosotros, es cada uno de nosotros el que debe responder en persona. No hay ningún otro que pueda hacerlo en lugar de nosotros.
Y con esto, esbozo una respuesta a las cuestiones que me han presentado, haciendo un pequeño resumen en tres puntos:
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No se puede dar esperanza, y menos aún ayudar a los demás, si nosotros, los primeros, no hemos experimentado que hemos sido amados, y que la esperanza anunciada ya comienza a realizarse en nuestra vida. En otras palabras, derramamos solo ilusiones, si el futuro que nos fue anunciado no lo hemos experimentado como presente en nuestra vida.
Quien quiera ayudar a los demás y hablar a los demás sin que antes, él primero, haya cambiado su corazón y su vida, creará solo ilusiones momentáneas y causará una gran cantidad de líos.
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Podemos llevar fe y esperanza a los demás solo si estas viven en nosotros. Si viven en nosotros, sabremos encontrar los caminos para comunicar y anunciar estas virtudes teologales. Fe, esperanza y amor no son formulitas o comprimidos que suministrar, como indicaciones precisas que están en algún formulario. Son algunas fuerzas que nos mueven y nos permiten, con gran libertad, amar a los hombres que encontremos, en la diversidad de los tiempos y de las condiciones en que viven. Y amarlos quiere decir, ante todo, mirarlos como Dios los mira.
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Es la esperanza, y no las ilusiones, la que nos debe guiar. Debemos tener la mirada dirigida siempre hacia adelante, aunque tengamos que mantener los pies firmemente plantados en el suelo. De otra manera, intercambiamos nuestras ilusiones por esperanza.
Renuevo mis agradecimientos por vuestras cartas, que esta vez me han hecho volver a los bancos de la escuela.
Con ocasión de la fiesta patronal de la capilla Virgen de los Remedios, envío mis saludos más queridos y llenos de amistad a todos los fieles de esta capilla y, de manera especial, a los Coordinadores, doña Marta Gamarra de Oviedo y don Juan Ángel Oviedo, y a sus colaboradores, en particular, a doña Nélida Vicenta Amarilla de Estigarribia y a don Emérito Estigarribia.
Y que la bendición de Dios todopoderoso,
Padre, Hijo, y Espíritu Santo,
descienda sobre ustedes y permanezca para siempre.
Amén.
06/02/2021