La yerba mate crece en la región que comprende el Paraguay, el Uruguay y la cuenca del Paraná (Brasil). En el estado selvático, es una planta que alcanza los quince metros, pero se cultiva como una mata para ser cosechada fácilmente.
El producto final se llama yerba y está constituido por hojas secas, ligeramente tostadas y trituradas, junto con fragmentos de pequeños ramos de esta planta.
Los guaraníes la masticaban desde los tiempos antiguos; luego se usó como infusión y se llamó cocido (preparado como el té), mate (con agua caliente) o tereré (con agua fría).
Los guaraníes atribuyeron a la yerba mate poderes divinos y efectos mágicos. Existen numerosas leyendas acerca de esto. La más conocida es la que narra sobre Jasy y Arai (las divinidades que se identifican con la luna y la nube) que, por juego, bajaron a la tierra y se pusieron a vagar por los bosques.
Su aventura corrió el riesgo de transformarse en tragedia, cuando encontraron un jaguar que las atacó. Un viejo cazador llegó en auxilio de ellas y las salvó. Luego las alojó en su modesta cabaña, donde vivía con su pequeña hija.
Las dos divinidades, conmovidas por la acogida, donaron al viejo cazador, en señal de gratitud, el ka’á (la yerba mate), una planta benéfica y protectora: Jasy arrojó al aire una simiente celestial que cayó en un terreno muy fértil e hizo nacer enseguida el ka’á. Arai, luego, hizo caer una lloviznita que, en el trascurso de una noche, hizo germinar las blancas flores de la planta. Además, transformaron a la hija del viejo en la dama de la yerba.
Para el viejo llegó la hora de la muerte y la hija, después de realizar los deberes rituales, desapareció de la tierra. Desde aquel día, de vez en cuando, se encuentra quien jura que vio a una joven bonita que vagaba por las plantaciones del ka’á.
Para los paraguayos, esta infusión es el equivalente del té en el mundo oriental y del café en Italia. La planta del ka’á es signo de amistad fraterna, y tiene la propiedad de aliviar el cansancio y reanimar a los enfermos. Es compañera en la soledad y vínculo de amistad entre los hombres.
En este sentido, en la visita del Papa Francisco al Paraguay, no faltó quien, a lo largo de las calles que recorrió, extendió las manos para ofrecerle el mate.
El Santo Padre, consciente del hecho de que en el Paraguay el mate tiene también una función de socialización, y que no aceptarlo podría resultar un gesto poco cortés, no se sustrajo y, de buena gana, “tomó el mate” también con una mujer residente en el Bañado Norte, uno de los barrios más pobres de la capital del Paraguay. Se trata de doña Asunción, quien había preparado, para el Papa Francisco, un termo de agua muy caliente y una “guampa con yerba” con los colores de su equipo.
Doña Asunción subrayó que el agua estaba muy caliente, porque es notorio que compartir el mate aumenta el riesgo de contraer infecciones. Quién lo comparte con otros, en efecto, bebe de la misma bombilla, la especial cañita metálica dotada de un filtro en una extremidad. En la vida cotidiana de los paraguayos, es habitual tomar el mate intercambiándose la bombilla también con desconocidos, lo cual trasforma el mate en un vector potencial de tuberculosis, enfermedades respiratorias, herpes y otras patologías.
Especialmente en invierno, cuando se registran epidemias de gripe y de otras enfermedades respiratorias, los especialistas advierten que este gesto de socialización puede transformarse en un temible agente de contagio, y desmienten la creencia popular según la cual, si el agua está muy caliente, el riesgo de contagio es mínimo. La bombilla, en efecto, no alcanza temperaturas suficientes para matar los gérmenes. Hasta ahora, sin embargo, las exhortaciones de los médicos permanecieron desatendidas.
En un período en que se teme una pandemia a causa del Coronavirus, es oportuno seguir tantos ejemplos que cada día nos ofrece nuestro amado Santo Padre, el Papa Francisco, pero no ciertamente imitar el ejemplo de usar la bombilla de otras personas, ejemplo que puede tan solo contribuir a difundir una serie de enfermedades altamente contagiosas, la última de las cuales es exactamente el Coronavirus.
Lo digo con todo mi amor al Único Vicario de Cristo, el “dulce Cristo en tierra”, como lo llamó santa Catalina de Siena, y también con todo mi amor a mi pueblo paraguayo, sobre todo, para los más pobres y los más marginados.
Para profundizar en el tema, léase también: Emilio Grasso, Una ocasión perdida.
29/02/2020