Proponemos a la atención de nuestros lectores la síntesis de una homilía que Emilio pronunció, unos años atrás, en la parroquia Sagrado Corazón de Jesús de Ypacaraí, invitando a los fieles a reflexionar sobre la importancia de aprovechar el tiempo presente.

 

Separador de poemas

 

En presencia de los fieles de la parroquia de Ypacaraí, Emilio retomó y comentó un versículo de la Carta de san Pablo a los Efesios que la liturgia del día ofrecía, pronunciando una homilía que ha invitado a reflexionar sobre cómo el tiempo presente es el tiempo del hombre sensato, el tiempo del cristiano.

San Pablo escribía a los Efesios:

“Examinen, pues, con mucho esmero su conducta. No anden como tontos, sino como hombres sensatos. Aprovechen el momento presente, porque estos tiempos son malos” (Ef 5, 15-16).

Vivir el tiempo presente

El Apóstol Pablo, exhortando a los cristianos de Éfeso a tener cuidado del propio comportamiento, indica la razón, el “porqué” tienen que estar atentos. Este “porqué” introduce una respuesta: se debe cuidar de la propia conducta porque los días son malos.

No se trata, ahora, de ir a ver e indagar por qué san Pablo define malos los días en que él vivía, porque ciertamente si viviera hoy diría exactamente la misma cosa.

Es una costumbre bastante difundida la de quejarse del tiempo presente, recriminar, añorar un pasado idealizado o dirigirse al futuro con ilusiones y expectativas mal puestas. Del presente nos lamentamos, deploramos su injusticia, poniendo el bien siempre en el pasado o en el futuro.

A menudo, se oye decir, sobre todo por personas de edad avanzada: “¡Ah, en mis tiempos esto no se hacía, este otro no ocurría...! ¡Antes era diferente...! ¡Eran otros tiempos...!”.

En el Paraguay, todos conocen el mito guaraní que narra la búsqueda de la tierra sin mal, como búsqueda incesante de un paraíso perdido, de un lugar privilegiado, indestructible, donde la tierra produce por sí misma sus frutos y donde no hay sufrimiento ni muerte. Es el lugar ideal de la perfección, que existió en el pasado y se busca en el futuro, que, sin embargo, no está nunca en el presente.

También en las culturas de origen griego-occidental existe esta nostalgia e idealización del pasado, haciendo referencia a la mítica edad del oro, la fase inicial de la humanidad, cuando el hombre vivía en un estado ideal y utópico de pureza e inmortalidad.

Es el presente, sin embargo, el tiempo dado al hombre y es una equivocación pensar que todo el bien o todo el mal está en el pasado o en el futuro: bien y mal están siempre presentes y mezclados en cualquier tiempo de la humanidad, también en el en que vivimos hoy.

El obstáculo con el cual debemos medirnos, a lo largo del camino terrenal, es nuestro comportamiento en la cotidianidad, porque es en el fluir de nuestros días donde encontramos el bien y el mal.

Todos los tiempos del hombre están marcados por la dificultad del camino. A veces, los problemas tienen dimensiones comunitarias y sociales; otras veces, nos tocan personalmente o en el ámbito familiar. Esto es un aspecto de la condición humana que nos desafía en la lucha diaria, en medio de las dificultades de vario tipo que, sin embargo, dan al mismo tiempo la oportunidad de crecer y acercarnos, cada vez más, a aquella plenitud de la humanidad a la que estamos llamados. Los tiempos, en este sentido, son simultáneamente buenos y malos.

Los tiempos malos despiertan sentimientos, producen actitudes y promueven comportamientos que nos pueden cambiar en bien o en mal. Si no estamos vigilando, si no estamos alerta, atentos y prevenidos, estamos expuestos a consecuencias negativas para nuestra vida.

Por eso, san Pablo exhorta a aprovechar el tiempo presente, teniendo cuidado de nuestra conducta, porque el tiempo que pertenece al hombre en cuanto tal es el presente.

Pero ¿cómo se puede aprovechar el tiempo presente? Teniendo cuidado de nuestra conducta, nos dice san Pablo, pensando en la manera en que vivimos, vigilando sobre ella y no actuando como insensatos y necios.

Comportarse como hombres sensatos

El insensato es quien no actúa según la razón, y se olvida de que el hombre es el único ser viviente que tiene la facultad de la inteligencia. Es dotado de razón, de lógica, tiene la capacidad de construir algo racional, según la huella que Dios ha puesto en su mente.

Cada ser humano nace como persona inteligente, llamada, en su vida, a desarrollar este don. La inteligencia comporta la capacidad de razonar, de leer dentro de las cosas, de ver cuál es la estructura de la realidad. El insensato, por el contrario, es quien actúa sin razonar.

A menudo, uno ve solo el placer del momento presente y no calcula las consecuencias de lo que hace. Es este el comportamiento del insensato: no razona, porque razonar significa saber que cuando se cumple un acto, este tiene una consecuencia.

Tantos son los casos, a partir de las cosas más simples de la vida cotidiana, que podemos tomar en consideración.

Por ejemplo, cuando se come, ocurre que no se calculan las consecuencias que puntualmente llegan, si se come mal o de manera desequilibrada. En el momento de la acción se piensa solo en el placer que se experimenta, en el gusto de comer, pero se descuidan las consecuencias que antes o después llegarán.

Para hacer otro ejemplo, ocurre que uno se emborracha, luego sube a un automóvil y lo maneja. El accidente que provoca es el efecto de la precedente acción insensata e irresponsable, de no haber pensado que, si uno debe manejar no puede emborracharse.

Del mismo modo, si a uno le gusta fumar y fuma muchos cigarrillos al día, cuando, luego, se manifiestan las consecuencias, a menudo, ya no hay nada más que hacer. ¡Cuántas veces la autopsia de fumadores encarnizados muestra pulmones completamente negros y quemados!

Comportarse y actuar sin razonar, sin pensar en los éxitos futuros de un acto, es propio de la persona necia. Es necesario vigilar constantemente sobre nuestra conducta, razonar antes de actuar, y siempre se debe saber que lo que se hace tiene sus consecuencias.

Para los padres y los educadores en general, es importante acostumbrar a los niños, desde pequeños, a razonar, a enseñarles que cualquier cosa que se haga debe ser precedida por una lógica, a educarlos a no actuar como insensatos, para evitar consecuencias que no se podrán remediar.

La persona sensata no espera el mañana para actuar. Sabe que las cosas se deben hacer en el momento presente, porque nadie tiene la certeza de tener un mañana, de saber si la mañana después podrá levantarse de nuevo, y no se resigna hasta que haga lo que tiene que hacer.

Es propio de los insensatos, pues, aplazar hasta mañana lo que se puede hacer hoy.

Dar sentido a la propia vida

No se puede vivir sin saber lo que se está haciendo y por qué, sin dar una respuesta a la pregunta fundamental de nuestra vida: “Estoy caminando, pero ¿hacia dónde?”. No se puede vivir sin saber de dónde venimos y adónde vamos.

Para vivir bien, en paz, es necesario dar respuestas indispensables a las preguntas fundamentales de la vida: “¿Por qué vivo?”. “¿Para quién vivo?”. “¿Cuál es el sentido de mi vida?”. “¿Cuál es el sentido del dolor, del mal, de la muerte?”.

La única posibilidad que cada uno tiene, pues, es la de aprovechar bien el presente, sin refugiarse en la nostalgia del pasado que ya se acabó, y tampoco en el sueño de un futuro que tal vez no llegará, porque, mientras tanto, huye el presente y no se realiza lo que se debe hacer hoy.

Cada uno tiene que saber aprovechar estos tiempos, que, como todos los tiempos, son buenos y malos, niegan ciertas posibilidades, pero ofrecen otras, y siempre brindan la de ser hombres sensatos, de vivir bien en la plenitud de los dones que Dios ha dado a cada uno.

(A cargo de Emanuela Furlanetto)

 

(Traducido del italiano por Luigi Moretti)

 

 

11/01/2025