La perdición los espera; su Dios es el vientre, y se sienten muy orgullosos de cosas que deberían avergonzarlos. No piensan más que en las cosas de la tierra” (Fil 3, 19).

En el ámbito del Curso de Teología para Laicos, la parroquia Sagrado Corazón de Jesús de Ypacaraí ha realizado un curso, dictado por el P. Emilhome CP 15 el vientre no es nuestro diosio Grasso, sobre el tema: “El vientre no es nuestro Dios. Eucaristía y alimentación correcta”.

La elección del argumento ha sido determinada teniendo en cuenta la situación de la población de la parroquia, y más en general, la de toda la población paraguaya, que presenta una fuerte incidencia de patologías (entre éstas está la obesidad) causadas por una alimentación inadecuada. Y justo la obesidad es indicada como uno de los mayores factores de riesgo para las enfermedades cardiovasculares.

En su relación sobre el estado de la salud en el mundo en 2002, la Organización Mundial de la Salud (OMS), en efecto, insertaba la obesidad como uno de los diez factores de riesgo más graves, notando que se está difundiendo con velocidad mayor en América Latina que en América del Norte o en Europa. Los estudios indican que en Paraguay y Argentina la población que padece de obesidad es comprendida entre el 22 y el 35%; en Brasil, entre el 22 y el 26%; en México, alcanza el 21% de la población y en Ecuador, el 10%. En el Paraguay, por lo tanto, el fenómeno alcanza dimensiones particularmente inquietantes.

Para un cristiano, nutrirse correctamente significa tener cuidado de la vida que Dios le ha donado y, al mismo tiempo, no caer en el pecado de la gula que, según los Padres de la Iglesia, es uno de los siete pecados capitales y consiste en el deseo desordenado del placer relacionado con el comer y el beber. Según san Gregorio Magno, “es imposible vencer la batalla espiritual, si primero no se vence al enemigo que se anida dentro de nosotros: la gula”.

Acogiendo este curso en la colección de los Cuadernos de Pastoral, se pone en evidencia su contenido teológico. La alimentación, en efecto, es también un problema teológico, porque una alimentación equivocada conduce a la muerte y el Dios cristiano es el Dios de la vida: “Yo he venido para que tengan vida y la tengan en plenitud” (Jn 10, 10).

Las páginas que siguen presentan, en la primera parte, una síntesis de la visión bíblica del comer y del beber, a la que responden algunas nociones fundamentales sobre la alimentación. Sobre estas bases, será posible una reflexión más espiritual sobre el tema, con respecto a lo específico cristiano, que será hecha en la tercera parte.

La intención, continuando una opción ya encaminada con los Cuadernos anteriores, es la de iluminar, gracias a la palabra de Dios y a la enseñanza de la Iglesia, muchos aspectos de la vida y la actividad humana, en la conciencia de que, si no se toman en consideración las exigencias del cuerpo (que necesita comida, limpieza, descanso, atención médica preventiva y no sólo en caso de enfermedad), no hay una base sobre la que el Espíritu pueda soplar.

La Iglesia, en efecto, consciente de la función educativa que le incumbe, quiere salvar a todo el hombre, en la unidad de alma y cuerpo.

Michele Chiappo

 

 

Emilio Grasso, El Vientre no es nuestro Dios. Fe cristiana y alimentación correcta,
Centro de Estudios Redemptor hominis (Cuadernos de Pastoral 15), San Lorenzo (Paraguay) 2006, 63 págs.

 

 

ÍNDICE

 

 

Introducción

3

I. Fundamentos bíblicos

5

1. El hombre: química y Espíritu de Dios

5

2. ¿Entredicos alimentarios en la Biblia?

11

3. La libertad de los hijos de Dios

15

4. Dependencia y autonomía de la naturaleza: el trabajo

15

5. Ningún desprecio de la comida

17

6. El peligro del exceso

18

7. Buenos modales en los banquetes

19

8. Moderación

21

9. El alimento verdadero: la voluntad del Padre

24

10. Eucaristía

26

II. Elementos de ciencia de la alimentación

28

1. Composición y función de los alimentos: los principios nutritivos

28

2. La dieta

33

3. Dieta y enfermedad

38

4. Bulimia y anorexia

43

III. Pecado de gula, ayuno, misericordia

48

IV. Conclusión

56