Entrevista a Innocent Ouédraogo, misionero africano en Bélgica

 

  • ¿Cuáles son las líneas principales de su pastoral, después de un decenio de responsabilidad como párroco, en este difícil contexto de la secularización en Occidente? Y ¿cómo valora la situación eclesial en Bélgica?

He tratado, ante todo, de ser un constructor de unidad. No tengo una visión del poder como jefe. Trato de no ser centralizador, de compartir la vida parroquial y de responsabilizar a los fieles. Dialogo con ellos y todo esto lleva a desarrollar mayormente el ministerio de los laicos. En África, la responsabilidad de los laicos ha sido un aspecto misionero fundamental, a causa del tamaño de los territorios de las diócesis y de las misiones.

A menudo, aquí prevalece todavía una concepción muy limitada del pasado, por la cual a cada pueblo tendría que corresponderle un párroco. Y el párroco tiende a hacerlo todo. Esto ya no es posible incluso en Europa, debido al envejecimiento de los sacerdotes y a la falta de vocaciones y, por consiguiente, un párroco frecuentemente tiene a su cargo varias parroquias.

En el pasado, las personas estaban acostumbradas a un párroco todo para ellas, y hoy no siempre aceptan este cambio de perspectiva, el desplazarse para una Misa u otras actividades y el tener una función más activa.

Muchos abandonos de viejos cristianos están causados por esta nueva situación y por su rechazo de adaptarse a un diferente modelo eclesial, en el cual ya no se es más solo consumidores de lo sagrado.

A pesar de esto, la agrupación de parroquias bajo la guía de un párroco permanece el camino que recorrer, y hace tomar conciencia a los fieles de la actual situación eclesial en Bélgica.

Mis numerosos colaboradores laicos están capacitados a nivel diocesano, y reciben un mandato del Obispo para la catequesis y para presidir también las vigilias de oración y los entierros.

De esta manera, el párroco queda más libre, menos estresado por no tener que correr de una celebración a otra, y puede desarrollar una tarea más específica de predicación y de acompañamiento de las personas.

Trato de dedicar yo mismo mayor atención a las personas y a la escucha. Sabemos que las personas en este contexto europeo, para hacerse escuchar y aconsejar, acuden a los psicólogos y deben pagarlos. Cuando ven, en cambio, que alguien las escucha, movido por la gratuidad del Evangelio, descubren de nuevo su valor personal y se abren al compromiso.

En pequeñas comunidades, la solidaridad es más fuerte y las relaciones son menos anónimas, por eso, a pesar de tantos aspectos de crisis de la cristiandad en Europa, noto también algunos aspectos positivos.

Por lo que se refiere a los jóvenes que se han alejado de la Iglesia, creo que una de las causas es un enfoque demasiado moralista. Se les ha pedido que observen algunas prácticas y se les ha dato algunas orientaciones en materia moral como la sexualidad, sin evangelizarlos en profundidad. Un discurso demasiado moralista causa solo un endurecimiento de las posiciones y obstaculiza un diálogo profundo. Por otra parte, también en África, los jóvenes que frecuentan la Iglesia son una minoría con respecto a los que permanecen lejanos, a pesar de que todavía haya una presión de la familia y de la tradición religiosa cristiana.

Subrayo, de todos modos, que en Europa muchos valores cristianos todavía se transmiten en familia, incluso si no se es conscientes de esto. Además, muchas realidades de carácter social proceden del cristianismo, como escuelas y hospitales.

Para mí, que llego de África, esto es muy positivo y es una realización importante del cristianismo.

No debemos ser demasiado esclavos de los números, sino considerar los lazos de solidaridad que se desarrollan en un pequeño grupo.

Hay que partir del corazón de la evangelización y, sobre todo, evitar discursos apocalípticos y lenguajes acusatorios, condenando eventualmente el pecado, pero nunca al pecador.

En fin, hay que descubrir de nuevo la libertad de adherir al cristianismo no solo como hecho cultural, sino como respuesta personal.

  • Viniendo del contexto social y eclesial de África, ¿cuáles son sus impresiones al confrontarse con la situación en Bélgica? ¿Cuál es el aporte específico que un sacerdote de África, de Burkina en particular, trata de ofrecer a esta Iglesia?

Como sacerdote que viene de África, querría subrayar, sobre todo, la dimensión misionera de la Iglesia universal: está en su DNA anunciar la Buena Noticia. Mi presencia en Bélgica quiere ser un signo de esperanza, porque, más allá de nuestras diferencias culturales e históricas, el Evangelio es signo de unidad, de encuentro, de diálogo.

Trato de realizar este diálogo en mi enfoque pastoral. Ya he recordado la importancia de la escucha, porque aquí hay muchas discusiones y frecuentemente se cree que se tiene razón en todo, pero se escucha poco a los demás.

Querría añadir otra prioridad pastoral: dar el propio tiempo a las personas. Aquí hay un estilo de vida para el cual nunca se encuentra el tiempo. Volver a apropiarse del propio tiempo y dedicarlo a los demás es muy importante.

En fin, viniendo de África, querría subrayar que me doy cuenta de cuánto la fe ha impregnado, durante los siglos, la cultura europea y cómo se encuentran prácticas de vida familiar y social que expresan valores cristianos. ¡Todavía estamos muy lejos de esto, en África y en Burkina Faso!

Entonces, evitemos los lenguajes apocalípticos que surgen del mirar solo la disminución de la participación en la Misa. Ciertamente, se conocen datos y elementos de retroceso preocupantes de los valores cristianos y, por otro lado, está la progresión de la mentalidad relativista.

No quiero banalizar estas dificultades o renunciar a mi compromiso frente a ellas. Según mi parecer, estamos tal vez, más bien, frente a una nueva forma de cristianismo minoritario que no se expresa en cifras, pero que es más auténtica y personal.

Por eso, teniendo en cuenta África y su sufrimiento, trato de comunicar a las personas un sentido de gratitud por lo que ya han construido y también de maravilla por lo que han recibido.

La cultura occidental ha conquistado los derechos del hombre, patrimonio hoy de toda la humanidad. Sin embargo, con demasiada frecuencia, en la mentalidad corriente, todo se considera un derecho y uno no se da cuenta de que muchas veces, en cambio, existirían todos los motivos para estar agradecidos y felices.

En Burkina Faso, por ejemplo, poseer una casa y toda la posibilidad para construir un porvenir para los hijos (la escuela, la salud...) es el sueño de toda la vida.

Aquí ya no sabemos vislumbrar más la acción de la Providencia de Dios en la historia y tantos aspectos positivos heredados de esta última. Saber dar gracias es muy importante.

  • ¿Cómo valora, en fin, el fenómeno creciente de la inserción de los sacerdotes africanos en Europa, que hace discutir y producir también reflexiones teológicas?

Me parece, ante todo, que se identifique demasiado este fenómeno con las migraciones, que tienen como causa principal evitar la situación de pobreza de África.

Es una lectura muy parcial del fenómeno de la misión de los sacerdotes africanos en Europa. Este fenómeno se debe situar en la visión religiosa y espiritual.

Querría añadir que, en todo caso, el Señor se puede servir, al principio, también de intenciones menos nobles, para que se anuncie la palabra de Dios.

En este plano, se podría argumentar que también las motivaciones de los misioneros europeos en África debían ser purificadas, en el momento de la salida de ellos. Se tendría que recordar también cuántos misioneros no quieren regresar, porque encuentran algo satisfactorio en África, en las relaciones humanas, que ya no existe más en Europa.

De todos modos, el servicio de los misioneros en África queda de un valor inestimable, cuando se ha hecho con entrega. Y esto vale también para los africanos en Europa.

Personalmente, puedo decir que hoy vivo una situación de serenidad económica que me permite también compartir lo que tengo, pero he aprendido a relativizar la importancia de todo esto, y me doy cuenta de cuántas personas en Europa tienen mucha riqueza, pero no se sienten felices. Si alguien se encuentra solo, incapaz de compartir y sin alegría, se halla extremadamente pobre, aunque tenga una cuenta bancaria con mucha plata.

Para mí, poseer una vivienda, un coche ya no es más un mito como antes. Intento alcanzar un cierto equilibrio, comprender que se puede quedar simples y esenciales y mantener una espiritualidad basada en la gracia de la Encarnación.

Por supuesto, África primero necesita alcanzar un nivel de desarrollo para poder, luego, relativizar este aspecto económico; sería ofensivo, según mi parecer, no considerar su miseria material y decir a los africanos que, a pesar de esto, se sienten más felices que los demás.

Cuando, en mi parroquia, me preguntan sobre la pobreza de África, ciertamente trato de hacer conocer una situación objetiva, pero también de hacer comprender que hay una pobreza antropológica mucho más grave que la pobreza socioeconómica.

Luego, hay un gran complejo de prejuicios culturales y espirituales, tanto en África como en Europa...

Por lo tanto, todos y por todas partes estamos necesitados del anuncio del Evangelio que nos libera, nos abre a los demás y a la verdadera alegría.

(A cargo de Antonietta Cipollini)

 

(Traducido del italiano por Luigi Moretti)

 

 

25/02/2020