En recuerdo del P. Divo Barsotti

 

Con ocasión del 14.º aniversario de la muerte del P. Divo Barsotti, el 15 de febrero de 2006, místico y teólogo, y uno de los personajes más prestigiosos del catolicismo italiano del siglo XX, deseamos presentar la exposición que Emilio Grasso hizo sobre la figura de este maestro de la fe, en un Congreso teológico que se llevó a cabo en Roma, el 19 y 20 de febrero de 2011.

 

Comienzo con un recuerdo: cuando, en 1984, propuse como tema de mi tesis de doctorado, en la Facultad de Misionología de la Pontificia Universidad Gregoriana, Fondamenti di una spiritualità missionaria secondo le opere di Don Divo Barsotti, encontré dificultades casi insuperables para hacer aceptar un estudio sobre este autor.

Escribía, en la introducción a mi tesis:

“Divo Barsotti, a pesar de su vasta producción, es un autor poco estudiado y que no tiene casi ninguna incidencia en los escritos teológicos y espirituales de nuestro tiempo. Esto es debido, ante todo, al carácter fragmentario de su obra, donde el armazón teológico de fondo no se encuentra tratado sistemáticamente, sino que se debe buscar con paciencia y casi con cartujo trabajo, a través de una lectura atenta de toda su producción. El pensamiento de Barsotti, en efecto, puede ser captado solo después de una lectura global, porque su estilo, llevado a la paradoja, carente de matices, cortante en los juicios sin debidas distinciones, puede inducir a error y llevar por caminos que no son los suyos, desviando de su pensamiento de fondo”[1].

Indudablemente, estas razones siguen apareciéndome válidas. Pero el motivo de la marginación de Barsotti, que él ha advertido y sufrido intensamente –y el óptimo estudio de Stefano Albertazzi sobre los diarios del P. Divo da amplio testimonio sobre esto[2], y también el Card. Ruini ha subrayado que no le fue conferido ningún “justo y debido reconocimiento académico”[3]–, pienso que se encuentra en un nivel más profundo, y continuará acompañándolo.

Y así tiene que ser, porque, si pasamos de un juicio empírico a uno que va al corazón de la cuestión, aceptar a Barsotti puede significar solo dos cosas:

  1. o no haber entendido el núcleo ineludible de la cuestión que pone;
  2. o bien, aceptar su carisma, lo que quiere decir –para usar las palabras del P. Silvano Nistri– vivir la fe[4].

Desear a Dios es desear la muerte

Vivir la fe, en el corazón a corazón con el P. Divo, equivale –para parafrasear a un autor amado por Barsotti, Hans Urs von Balthasar, el cual entre los primeros comprendió el abismo de la profundidad de la visión de Barsotti– a no esquivar lo que es el único caso serio de la vida: la fe como muerte; porque, para quien haya elegido a Dios, la muerte es un paso inevitable: “Quien elige a Dios –escribió Barsotti–, elige necesariamente la muerte”[5], porque “Desear a Dios... es desear la muerte”[6].

Para el P. Divo, la perfección de la caridad en el cristiano exige la superación de la condición terrenal. “Así nuestra caridad tiende necesariamente a la muerte, y es en la muerte donde puede encontrar su cumplimiento”[7].

Ahora bien, si la muerte es condición para la plena posesión de Dios de parte de nuestro ser, es también condición del acto de amor hacia los hombres, como misión que realiza y cumple lo que anuncia. Nuestra vida sin la muerte permanecería solo anuncio sin cumplimiento, promesa sin realización. Es a través de nuestra muerte como la Palabra toma posesión de nuestro ser, y nosotros nos volvemos la realización del anuncio[8].

Estas afirmaciones sobre la relación fe-muerte no son sino el tomar en serio la palabra de Dios.

Barsotti tomó tremendamente en serio el pasaje del libro del Éxodo, en el diálogo de Dios con Moisés: “No puede verme el hombre y seguir viviendo”[9]. Por otro lado, su antropología tiene como estrella polar la realidad del hombre, como “deseo natural de ver a Dios”[10].

La fe, como comienzo de la visión, y la vida del hombre, como deseo de ver a Dios, no pueden sino volver a llamar y a poner en el centro la cuestión de la muerte.

La relación entre fe y muerte

Barsotti fue consciente de la importancia del discurso de la fe en su relación con la muerte.

Él, por tanto, rehúsó cualquier forma de triunfalismo. Sobre este punto, como sobre otros, el P. Divo no cambió de posición. En 1945, en el diario La fuga immobile, escribió: “Yo no me sorprendo de que sean pocos los creyentes, sino que me sorprendo de que pueda existir alguno de ellos”[11]. Y el 15 de agosto de 1973 confirmó su profunda convicción:

“La fe es siempre milagro. Pretender que sean muchos los creyentes es absurdo. Es ya inconcebible que exista alguno, pero son suficientes pocos para dar a todos los hombres una esperanza, una razón para vivir, para ser sostén del universo”[12].

Esta visión no se modificó y no se melló mínimamente en el transcurrir del tiempo.

El 28 de agosto de 1985 anotó en su diario:

“¿No son los pocos quienes salvan a los muchos? ¿Cuál puede ser la eficacia de estos pocos que no temen confesar al Cristo en un mundo pagano? ¿Tal vez dentro de poco, no se tendrá la misma proporción también en las naciones que se dicen abusivamente cristianas? Y tenemos que ser optimistas: la fe verdadera de uno solo es suficiente para responder por toda una ciudad. El poder que tiene uno solo que ama a Dios, ¿no es más grande que el poder del mundo?”[13].

Barsotti no mostró ninguna preocupación de tipo estadístico o para la conservación de una determinada Iglesia, comunidad, cristiandad constituida, en cualquier tiempo y lugar.

El único motivo de inquietud, para él, fue la pureza de la fe en el corazón, aunque de un solo creyente.

Quiero recordar, en esta ocasión, un escrito que el P. Divo me dirigió el 17 de abril de 1982, y que me permite entender mejor, hoy, cuál es la aportación fundamental de Barsotti a una “teología orante de la misión”:

“Queridísimo, espero que al Viernes Santo le haya sucedido, finalmente, la Pascua de resurrección. De todas maneras, precisamente tu vicisitud es prueba de la acción de Dios. La obra que Él te ha dado para que la cumplas es demasiado grande, para que no tengas que vivir una participación en el misterio cristiano, que no es muerte y luego resurrección, sino muerte y resurrección. Tú, tal vez, no podrás vivir en este mundo la resurrección si no en la muerte. La marginación, el silencio sean, para ti y en ti, el signo de una Presencia viva e inmensa de amor. ¡Cómo en ti hoy reconozco a Jesús! Que tú no puedas huir de Su Mano. Reza por mí y dame tu bendición”.

La aportación de Barsotti a una teología de la misión

Después de este excursus, que me permite colocarme en el corazón de un diálogo con el P. Divo, que no se ha interrumpido nunca, cor ad cor, me es más fácil señalar algunos núcleos, que emergen de su visión con referencia a la teología de la misión.

Los indico partiendo de una experiencia de largos años de trabajo directo en Camerún y Paraguay, teniendo presente también países como Países Bajos​ y Bélgica, cuya realidad eclesial interroga a toda la Iglesia, de manera ineludible.

  1. El núcleo emergente, en orden a una teología de la misión, que entreveo a través de una lectura global de la obra de Barsotti, al mismo tiempo sincrónica y diacrónica, es aquel ser “contemplativo en acción”, expresión que usó Nadal, primer biógrafo de san Ignacio, y que Juan Pablo II utilizó en la Redemptoris missio[14].
    “No se puede, para el P. Barsotti, contemplar el misterio de la Encarnación del Verbo, el misterio del engendramiento de Cristo, sin, al mismo tiempo, volverse el regazo de María quien engendra a Cristo”[15]. “Es en tu vida, es en el ser tuyo, es en ti –escribió en Parola e silenzio– donde todo tiene que encarnarse, de ti todo tiene que tener vida”[16].
    Cada creatura, entonces, se transforma en el rostro del Padre, y con cada creatura se vive la relación del Hijo. “Ya no existe sino una vida. Ya no existe sino Dios; Dios, quien lo es todo en todas las cosas”[17]. El acto de amor, entonces, no será doble. En el acto mismo con el cual el hombre ama a Dios, Dios mismo le pide que ame a los hermanos. Está en esta unidad la salvación del mundo[18].
    No debemos olvidar nunca que la espiritualidad de Barsotti es una espiritualidad de lucha. Existe siempre la duda acerca de la relación con Dios. Dios no es el alma, y el alma no puede tomar el lugar de Dios. Incluso en las cumbres más altas, la espiritualidad de Barsotti implica la dimensión de la relación. No hay nunca la absorción indiferenciada en lo divino. El hombre siempre permanece persona, esse ad, aún más y fundamentalmente en la relación con Dios. Esta relación dialógica con Dios implica un aspecto esencial, para la vida cristiana, que nunca puede ser suprimido: el drama. El hombre siempre permanece coprotagonista de este drama. En el trasfondo, la posibilidad del Infierno[19].
    Este núcleo emergente libera la misión de aquel sentimentalismo filantrópico, de aquel irenismo pacifista, de aquella mirada complaciente y cómplice hacia todo lo que es precristiano, y es representado como un jardín del Edén no contaminado por el irrumpir de la revelación, que encuentra, en la persona física de Jesucristo, su cumplimiento y su punto definitivo en la historia del hombre.
    Solo para poner un pequeño ejemplo, contextualizado en el País donde vivo actualmente, mientras escribía esta breve disertación, me ha llegado el último número de la más importante revista de reflexión y diálogo de los jesuitas en el Paraguay.
    En un artículo relativo a las tareas que nos esperan, en el inminente bicentenario de la independencia del País, se habla de una liberación de la herencia del colonialismo con su propia filosofía del ser.
    Traigo textualmente: “Si el colonialismo insiste en lo único (monos), en la sabiduría ancestral la realidad siempre es compleja, pluralista, complementaria, recíproca y cósmica. El centro nunca es la persona, sino la vida misma. Ahora bien, la pregunta es: ¿cómo trabajar la descolonización del ser?”[20].
    En passant (de paso), frente a esta visión, me pregunto a qué se reduciría la unicidad de la persona física de Jesucristo, después de que se ha trabajado para descolonizar al ser. Todo el drama –la teodramática, diría Balthasar–, que implica la relación interpersonal, desaparecería en la fusión y la absorción del ser.
  2. Un ulterior núcleo emergente es el de un discurso sobre fe-amor, que, como hemos señalado, implica aquel sobre la muerte.
    “La vida –escribió Barsotti– nos ha sido dada para la muerte, porque solo en la muerte el hombre vive el acto supremo del amor”[21].
    La modernidad hizo desplomar, en Europa, la relación fe-cultura, e hizo el divorcio entre Iglesia y clase obrera.
    El gran despertar misionero del siglo XIX debe ser leído también como búsqueda, en territorios lejanos, de aquel “bon sauvage” (buen salvaje) que había desaparecido de nuestros esquemas y se había emancipado de la tutela de la Iglesia, una vez caída la alianza trono-altar.
    Tal despertar era también una búsqueda utópica de la posibilidad de reconstruir las cristiandades ya muertas.
    El discurso de Barsotti, martillante y que no deja ninguna escapatoria sobre la ineludible conjugación de fe-muerte, libera la misión de la ilusión de que haya las tan ensalzadas primaveras de la Iglesia, o bien, algunos territorios adonde se pueda ir, como si fuesen depósitos en caso de necesidad, para conseguir vocaciones baratas, realizando transfusiones de sangre pura para fortalecer un cuerpo viejo y enfermo.
    El criterio dirimente, en todas partes y en todo tiempo, es la cruz del Señor, “amor total que, en ti, permita a Dios ser Dios”[22].
    A tal propósito, es necesario tener el coraje de desmitificar, y leer con sano espíritu crítico y desencantado, el así llamado “boom vocacional”, que existe en ciertos países. ¿Son todas verdaderas conversiones al Cristo crucificado las que se encuentran en tantos seminarios atestados o en congregaciones religiosas, donde se exporta mano de obra, para tratar de mantener en vida a comunidades religiosas muertas? ¿No se trata, a menudo, de la búsqueda de una promoción social, por un lado, y, por el otro, de un ensañamiento terapéutico de parte de institutos que ya no expresan nada y rechazan el ars moriendi?
    En ciertas comunidades que te envuelven como la placenta materna, ¿no está presente también una búsqueda de seguridades, una forma de deresponsabilización y alienación de la persona, que se anula en una comunidad donde el yo –para usar el lenguaje de la filosofía estructuralista– no piensa, sino que es pensado, no actúa, sino que es actuado, no elige, sino que es elegido por estructuras anónimas o por un nuevo superego?
    ¿Y puede ser definida actividad misionera de la Iglesia la reducción de ella a la exclusiva y espasmódica búsqueda de dinero, y de recursos económicos en varias formas, que, como ya está ampliamente demostrado, crean nuevas relaciones de dependencia recíproca, en un intercambio, a veces “perverso”, donde, por una parte, se tranquiliza la conciencia y se mitigan las exigencias radicales de la cruz de Cristo y, por otra, se perpetúa la cultura de la irresponsabilidad y de la mendicidad crónica?
  3. Un tercer núcleo emergente del pensamiento de Barsotti, estrechamente unido al rechazo de todo enfoque triunfalista, es su visión de María Magdalena como figura de la Iglesia en misión.
    En misión, la Iglesia descubre su pobreza de humanas seguridades; su pecado en el prostituirse a ideologías dominantes; su soledad después de que, en su amor a las gentes, se ha desnudado debajo de tantos árboles, olvidando que tenía que desnudarse solo delante de su Esposo. En esto, la Iglesia descubre una realidad que la hace verdaderamente pobre y desnuda, expuesta a las mofas, a la desilusión, a la persecución. María de Magdala le ha abierto el camino, le indica el camino. Es ella la mujer a quien el Resucitado envía en misión. Es ella la arrepentida que llora por los propios pecados, no permanece parada y es “tipo” de toda conversión, regreso de toda la humanidad, como esposa infiel, a su Esposo divino. La Iglesia en misión, como nueva Magdalena, tiene grabado en sus carnes un mensaje de pobreza y llanto, de desnudez y conversión. Porque, pobre de sí misma y rica solo en el amor del Esposo, lleva a las gentes gozo y salvación. Ella realiza, fuera de las murallas de la ciudad, la unión nupcial, en una “transfusión” de sangre –como Barsotti se expresó–, y en un don que engendra vida para todos los pueblos. Es en el acto de la muerte de cruz donde la unión nupcial se realiza. En este acto de muerte, María de Magdala no está sola delante de su Esposo. Allí, a los pies de la cruz, María de Magdala y la Madre María encontraron, juntas, a Jesús. En este encuentro, en este drama, se afirma el Amor y es este drama, este intercambio divino, la Redención de todas las gentes[23].
    Erigiendo a María de Magdala en figura de la Iglesia en misión, caen todas aquellas ingenuidades pueriles, aquellos optimismos infantiles, aquellas ilusiones y aquellos espejismos, por los cuales se cambia, al final, la misión por una excursión turística o por una experiencia de personas frustradas, quienes salen no porque empujadas por el amor al Único que ha tocado su corazón, sino porque están en busca de algo que en la tierra de origen no logran encontrar.
  4. El cuarto punto que emerge de la lectura de Barsotti, en orden a nuestro tema, y que deriva del mismo acto de fe, es el prevenir a los fieles de las tentaciones, que reducen esta última a ideología antes que concebirla como “una relación viva con el Dios viviente”[24].
    La tentación, siempre al acecho, de la “dictadura de los números”, o bien, de la afirmación “salvadora” de nuestras obras nos lleva a sustituir la fe con cierta cultura.
    Escribió Barsotti acerca de esto: “La fe desapareció y la sustituye cierta cultura humana. La teología se volvió una mitología y nos avergonzamos del mensaje. ¿Jesús es verdaderamente el Hijo de Dios? ¿Jesús resucitó verdaderamente? La liturgia es un rito inútil. Y la Iglesia debe justificarse a sí misma, poniéndose únicamente al servicio del mundo acerca de lo que el mundo le pida”[25].
    Es obligatorio, a este punto, citar la fuerte afirmación, contenida en la Encíclica Redemptoris missio de Juan Pablo II: “La misión es un problema de fe, es el índice exacto de nuestra fe en Cristo y en su amor por nosotros. La tentación actual es la de reducir el cristianismo a una sabiduría meramente humana, casi como una ciencia del vivir bien. En un mundo fuertemente secularizado, se ha dado una gradual secularización de la salvación, debido a lo cual se lucha ciertamente en favor del hombre, pero de un hombre a medias, reducido a la mera dimensión horizontal. En cambio, nosotros sabemos que Jesús vino a traer la salvación integral, que abarca al hombre entero y a todos los hombres, abriéndoles a los admirables horizontes de la filiación divina”[26].
    En mi pobre y limitada experiencia (pero el Paraguay, con la elección a Presidente de la República de un Obispo emérito, con el apoyo tácito o explícito de Obispos, sacerdotes, religiosos y exponentes del laicado, es un laboratorio hacia el cual muchos apuntan los ojos...), pienso que son de gran actualidad estas palabras del P. Divo: “Jesús el Cristo no es un punto de partida para hablar de otro, para afirmar algo diferente, para vivir algo diferente. Es complicidad con un mundo que ha perdido la fe hacer de Cristo un mito, un símbolo de verdad, de valores humanos o divinos, de ideales religiosos o sociales”[27].
  5. Para terminar, señalo, en fin, un quinto punto emergente de la obra de Barsotti, que se impone, en orden a la teología de la misión.
    En un mundo cada vez más masificado, en el cual la acción de las nuevas tecnologías crea toda una serie de relaciones virtuales, donde el hombre desaparece en el anonimato de relaciones administradas por entidades impersonales, por aparatos informáticos o, a lo sumo, por estructuras fríamente burocráticas, el hombre mismo muere, como ya había profetizado Foucault. La muerte de la relación personal con Dios no puede sino llevar consigo la muerte del hombre.
    La originalidad, que es también el proprium de la misión, para Barsotti, consiste en hacer emerger a los hombres de la multitud, llamarlos por su nombre, dar un nombre al amado, hacer que adquiera un valor único. Esto es posible, para el cristiano, porque él ha entrado, por el misterio de la Encarnación, en el circuito del amor trinitario y se dirige al Padre ya no como a una tercera persona, sino como un “yo” a un “Tú”. La vida cristiana es amor. Y amor, para Barsotti, quiere decir esencialmente relación. El contenido más propio de la misión no podrá ser sino la relación interpersonal. El último lugar donde se jugará el partido es exactamente en esta relación interpersonal, reflejo, signo, verificación del ininterrumpido diálogo entre el “yo” del hombre, en el “Yo” de Cristo, y el “Tú” del Padre. Barsotti, hablando de la sociedad moderna y de la espiritualidad de nuestro tiempo, ve el peligro de que esté perjudicado el valor absoluto de la persona. No la humanidad, no el hombre en general, sino el hombre concreto, el hombre que soy yo, es el centro, el corazón de todo el universo, el término del amor de Dios[28].

 

En más de cuarenta años de intenso contacto con el P. Divo, he adquirido el derecho de testimoniar que, en este hombre, fe y amor nunca iban desunidos entre ellos. En él, el amor a Dios y el amor al hombre no se separaban, porque, para él, en Jesucristo, la naturaleza humana y la divina, íntegras y completas, sin confusión, sin cambio, sin división, sin separación siempre eran contempladas en su coexistencia.

Cuando, pocas semanas antes de su muerte, encontré al P. Divo por última vez, quise preguntarle cómo se representaba el rostro de Dios, aquel rostro al que había consagrado toda su vida.

Con su ingenuidad desarmante, me miró y me respondió: “Tu rostro”. Lo dijo a mí, en mi originalidad única e irrepetible, como lo habría dicho a cualquiera. Porque, verdaderamente, el P. Divo contempló siempre a Dios en el rostro de Jesucristo, donde toda la creación y la historia son asumidas, y en Él precipitan.

 

 

Con temor y temblor envié mi tesis de doctorado al Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe. Poco tiempo después, recibí esta carta del Card. Ratzinger:

Ciudad del Vaticano

11-10-1986

 

Querido P. Emilio:

Gracias por el hermoso volumen que me ha enviado, fruto de sus largas fatigas y búsquedas. Este manifiesta un profundo amor al autor por usted estudiado y con el cual revela una clara sintonía interior. Mas su trabajo manifiesta sobre todo amor a Dios, origen de la misión de la Iglesia, de cada cristiano y centro de su vida y misión personal.

Espero que la obra por usted empezada, fundada en estas firmes raíces, pueda extenderse hasta las extremidades de la tierra.

Recordándolo en mi oración, le envío un querido saludo.

Joseph Card. Ratzinger

 

 

 

Espero y rezo, para que pueda crecer en una cada vez más “clara sintonía interior” con el P. Divo. Y que, hasta las extremidades de la tierra, puedan llegar la fe y el amor impresionante por el Esposo amado de este hombre enamorado.

Emilio Grasso

 

 

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[1] E. Grasso, Fondamenti di una spiritualità missionaria. Secondo le opere di Don Divo Barsotti, Università Gregoriana Editrice (Documenta Missionalia 20), Roma 1986, 14.

[2] Cf. S. Albertazzi, Sull’orlo di un duplice abisso. Teologia e spiritualità monastica nei diari di Divo Barsotti, San Paolo, Cinisello Balsamo (MI) 2009.

[3] C. Ruini, Presentazione, en Don Divo Barsotti, il cercatore di Dio. Dieci anni di interviste. A cura di A. Fagioli, Società Editrice Fiorentina, Firenze 2008, 8.

[4] Cf. S. Nistri, Il carisma di don Barsotti, en Cerco Dio solo. Omaggio a Divo Barsotti. A cura di S. Tognetti - G. Guarnieri - L. Russo, Comunità dei Figli di Dio, Settignano (FI) 1994, 62.

[5] D. Barsotti, Luce e silenzio. Diario 13 marzo 1985-17 maggio 1986, EDB, Bologna 1993, 208.

[6] D. Barsotti, Luce e silenzio..., 288.

[7] D. Barsotti, Il Signore è Uno. Meditazioni, Morcelliana, Brescia 1965, 218.

[8] Cf. E. Grasso, Fondamenti..., 92-93.

[9] Es 33, 20.

[10] Cf. E. Grasso, Fondamenti..., 50-61.

[11] D. Barsotti, La fuga immobile. Diario spirituale, San Paolo, Cinisello Balsamo (MI) 2004, 104. La primera edición apareció en Italia en 1957.

[12] D. Barsotti, L’attesa. Diario: 1973-1975. A cura e con introduzione di P. Zovatto, Società Editrice Internazionale, Torino 1995, 59.

[13] D. Barsotti, Luce e silenzio..., 146.

[14] Cf. Redemptoris missio, 91. Para una profundización en la expresión “contemplativo en acción”, cf. E. Grasso, “Contemplativo en acción” (RM 91): María Magdalena, figura de la Iglesia en misión, en “Omnis Terra” (esp.) 23 (1991) 393-400.

[15] E. Grasso, Fondamenti..., 42.

[16] D. Barsotti, Parola e silenzio. Diario 1955-1957, Vallecchi Editore, Firenze 1968, 23.

[17] D. Barsotti, Parola e silenzio..., 82.

[18] Cf. D. Barsotti, Parola e silenzio..., 132.

[19] Cf. E. Grasso, Fondamenti..., 39.

[20] M. Bremer, Bicentenario e integración latinoamericana, en “Acción” n.° 310 (2010) 38.

[21] D. Barsotti, Nel Figlio al Padre. Presentazione di N. Incardona, L’Epos, Palermo 1990, 136.

[22] D. Barsotti, Nel Figlio al Padre..., 199.

[23] Cf. E. Grasso, Fondamenti..., 192-193; cf. D. Barsotti, Il Mistero Cristiano nell’Anno Liturgico, Libreria Editrice Fiorentina, Firenze 1966, 337.167.164.

[24] D. Barsotti, Parola e silenzio..., 203.

[25] D. Barsotti, Fissi gli occhi nel sole. Diario 1987-1990. A cura di P. Zovatto, Messaggero di S. Antonio Editrice, Padova 1997, 260.

[26] Redemptoris missio, 11.

[27] D. Barsotti, Battesimo di fuoco. Diario mistico 1966-1968, Rusconi, Milano 1984, 235-236.

[28] Cf. E. Grasso, Fondamenti..., 72.

 

(Traducido del italiano por Luigi Moretti)

 

 

15/02/2020