Del Sagrado Corazón a la misión
Se pueden realizar muchas cosas que aparentemente parecen buenas, pero, si el corazón es malo, no se origina la vida, sino que se produce la muerte. Por lo tanto, el primer cambio que se debe hacer es la conversión del corazón, allá donde nadie penetra ni ve. En esta perspectiva, la oración es auténtica y verdadera cuando se hace no para ser vistos y apreciados por los hombres, sino en el secreto del corazón, donde entra solo el Padre que está en el cielo. Por eso, en una comunidad es importante aprovechar los momentos fuertes, como, por ejemplo, el novenario de la fiesta patronal, para examinar la realidad de la vida interior y todas las obras que cada uno está llamado a cumplir.
Si no cambia esta parte profunda, las obras siguen teniendo una raíz perversa.
Por eso, lo que vale no es una profesión hecha con la boca, no son las palabras que salen de los labios, sino las que brotan de la abundancia del corazón.
En efecto, con la palabra se puede decir que se ama, pero se demuestra que la palabra alcanza la profundidad del corazón cuando, al llegar la primera dificultad, uno no vuelve atrás.
En este sentido, el corazón es el lugar de la verdad y puede jugar un papel insospechable.
“Preséntame un corazón amante y comprenderá lo que digo. Preséntame un corazón inflamado en deseos, un corazón hambriento, un corazón que, sintiéndose solo y desterrado en este mundo, esté sediento y suspire por las fuentes de la patria eterna, preséntame un tal corazón y asentirá en lo que digo. Si, por el contrario, hablo a un corazón frío, este nada sabe, nada comprende de lo que estoy diciendo” (Agustín, Tratado 26, 4-6).
De aquí se deriva la importancia de cuidarlo siempre, porque es el espacio donde se elige la vida o la muerte. Toda la vida cristiana se reduce a la elección entre estos dos caminos, como se puede leer en este pasaje del Catecismo de la Iglesia:
“El camino de Cristo lleva a la vida, un camino contrario lleva a la perdición” (Catecismo de la Iglesia Católica, 1696).
Es fundamental educar el corazón, para que pueda llevar a la verdad y no a la esclavitud, porque allá donde no está la verdad, se encuentra la esclavitud del error.
“Entren por la puerta angosta, porque ancha es la puerta y espacioso el camino que conduce a la ruina, y son muchos los que pasan por él. Pero ¡qué angosta es la puerta y qué escabroso el camino que conduce a la salvación! y qué pocos son los que lo encuentran” (Mt 7, 13-14).
Se entra en el Corazón de Jesús por la puerta angosta: un camino que cuesta y exige sacrificio. Por el contrario, son muchos los que pasan por la puerta espaciosa que aleja de Dios.
“Porque esta es la puerta de la justicia, abierta para la vida, conforme está escrito: Abridme las puertas de la justicia, y entraré para dar gracias al Señor. Esta es la puerta del Señor: los justos entrarán por ella. Ahora bien, siendo muchas las puertas que están abiertas, esta es la puerta de la justicia, a saber: la que se abre en Cristo” (Clemente primero, Carta a los Corintios, 46).
Todo esto tiene sus consecuencias también en la educación, donde, muy a menudo, no se transmite el valor de las cosas; donde no se prepara a aceptar la fatiga, el trabajo duro de cada día, el valor del sacrificio y, al final, la belleza de la cruz. Por lo tanto, a los jóvenes todo les parece fácil y, cuando surgen las primeras dificultades, caen y dejan el compromiso tomado. Se entregan, pues, al alcoholismo, a la droga, a todas las formas que indican una debilidad a vivir en profundidad. De la misma manera, se vuelve difícil mantener las promesas que los novios se hicieron acerca del matrimonio. En efecto, cuando los recién casados encuentran una dificultad entre sí, vuelven a la casa de sus padres. Se trata de personas incapaces de vivir y de pagar el precio de lo que hacen, y que no comprenden el valor de los actos realizados.
El Evangelio, con sabiduría, advierte que un verdadero hombre debe saber que, cuando se entra por una puerta, hay que prever las consecuencias.
Se debe sospechar seriamente de todo lo que es fácil, agradable, dulce. Todo empieza por ser dulce y fácil, pero, luego, se pagan duras consecuencias. Por eso, hay que educar al dominio de sí mismo y al amor. Quien ama educa a la libertad, a comprender el valor de las cosas; ilumina la profundidad del corazón, para que no se realicen actos irresponsables. Hay que controlar, pues, la interioridad para entrar por la puerta angosta, que conduce a la vida, y evitar la puerta espaciosa que, por el contrario, lleva directamente a la muerte.
En el diálogo de El Principito, a través de la manera poética que le es propia, Antoine de Saint-Exupéry nos recuerda la profunda verdad sobre el corazón:
“Los hombres de tu planeta –dijo el Principito– cultivan cinco mil rosas juntas en un mismo jardín…, pero no encuentran lo que buscan. –No lo encuentran –respondí… –Y lo que buscan podrían hallarlo en una sola rosa o en un poco de agua… –Seguramente –respondí. El Principito añadió: –Pero los ojos están ciegos. Es necesario buscar con el corazón” (A. de Saint-Exupéry, El Principito, Europa-Ediexport, Madrid 1985, 97).
Hay toda una sabiduría profunda. ¡Cuántas veces se acumulan, no solo riquezas, sino experiencias, se cambia de una persona a otra! Esto no sirve para nada. Lo que se busca se puede hallar en una sola cosa, pero es necesario buscar con el corazón.
La comunidad, la parroquia y la familia se construyen si hay un acuerdo en que todos quieren obedecer a una palabra, que es más grande y vale más que los intereses particulares. No se crea nada obedeciendo uno a otro, sino solo colocando en el centro a Dios. Si uno no acepta a Dios, a su Corazón Sagrado, no construye nada; solo crea una nueva forma de esclavitud, donde el otro siempre debe hacer lo que yo digo, mientras que yo puedo hacer lo que quiero. Solamente si uno hace su trabajo puede exigir que otro haga el suyo.
Conclusión
El Sagrado Corazón de Jesús es la plenitud de la verdad y del amor. Se debe llegar no solo a contemplarlo y adorarlo, sino a lograr que desaparezca el corazón del hombre, para dar espacio al de Cristo, y ser transformados en el Corazón mismo de Dios. Sin embargo, se constata que en la vida todavía queda mucha diferencia y distancia entre estos dos corazones.
La Iglesia tiene un carácter peregrinante, cuya meta no está en la tierra, sino en el Corazón de Jesús, que se alcanza solo caminando y marchando. Si un pueblo no camina, muere.
Hay que pedir, pues, que en esta peregrinación terrena las palabras concuerden cada vez más con los sentimientos del corazón:
“Puestos en oraciones ante ti, Señor, imploramos tu clemencia y te pedimos que nuestras palabras concuerden siempre con los sentimientos de nuestro corazón” (Oración de las Vísperas del martes de la IV semana del Tiempo Ordinario).
El Corazón de Jesús, donde está la riqueza de la divinidad y de la humanidad, es la casa auténtica del hombre, su dimensión más profunda, el yo del hombre, sin el cual él no puede existir.
“Solo Cristo resucitado puede llevarnos hacia arriba, hasta la unión con Dios, hasta donde no pueden llegar nuestras fuerzas. Él carga verdaderamente la oveja extraviada sobre sus hombros y la lleva a casa. Nosotros vivimos agarrados a su Cuerpo, y en comunión con su Cuerpo llegamos hasta el corazón de Dios. Y solo así se vence la muerte, somos liberados y nuestra vida es esperanza” (Benedicto XVI, Vigilia Pascual en la Noche Santa, 7 de abril de 2007).
Por eso, se debería profundizar aún más, bíblica, teológica y culturalmente lo que significa el corazón en el tiempo actual, en la historia que se está viviendo y en esta tierra, que es el Paraguay.
La temática del corazón, en realidad, es fundamental y concierne al sentido de la vida: ¿Cuál es la razón de la existencia? ¿Por qué se vive? ¿Por qué se muere?
Por lo tanto, hay que realizar un camino de conversión permanente, que es
“el camino duro y áspero que conduce al Calvario. Es el camino que sale del corazón para alcanzar al mundo en el abrazo de la cruz. Es el camino difícil y doloroso que nos lleva al éxodo y a la diáspora, a la muerte de seguridades adquiridas y de afectos consolidados. Pero es el único camino que nos hace fieles a Dios y a los hombres, que permite que en nuestro cuerpo ofrecido se realice la reconciliación entre Dios y el mundo” (E. Grasso, Han creído en un mundo nuevo. Rostros de esperanza en la América Latina de ayer y de hoy, Centro de Estudios Redemptor hominis).
Emilio Grasso, El Sagrado Corazón de Jesús, plenitud de Amor y de Verdad,
Centro de Estudios Redemptor hominis (Cuadernos de Pastoral 20),
San Lorenzo (Paraguay) 2008, 34-41.
16/07/2024