Somos cristianos de nombre, pero, de hecho, nuestro estilo de vida sigue siendo el de personas que no conocen a Jesús.
En uno de sus discursos con ocasión de la Navidad, el Papa Benedicto XVI afirmó que, para comprender mejor el significado de la Navidad del Señor, servía una breve referencia al origen histórico de esta solemnidad.
De hecho, el Año litúrgico de la Iglesia no se desarrolló, inicialmente, partiendo del nacimiento de Cristo, sino de la fe en su Resurrección. Por eso, la fiesta más antigua de la cristiandad no es la Navidad, sino la Pascua. Es la Resurrección de Cristo la que funda la fe cristiana, está en la base de la proclamación del Evangelio y hace nacer a la Iglesia.
Sustancialmente, la Navidad es Dios que se hace presente en un Niño.
Su condición de Niño nos indica, además, cómo podemos encontrar a Dios y gozar de su Presencia.
El carácter de pobreza, de vida escondida, de fragilidad y de debilidad ya indica y prenuncia el trastorno de nuestros criterios de juicio: no son la fuerza y los instrumentos del poder, de cualquier forma en que se presenten, los que salvan, sino que es la locura divina que altera nuestros proyectos y nos llama a responder a su pregunta.
A propósito de la Navidad, el Evangelio según Lucas afirma:
“María dio a luz a su hijo primogénito. Lo envolvió en pañales y lo acostó en un pesebre” (Lc 2, 7).
Con respecto a esto, uno de los más conocidos especialistas del Nuevo Testamento, Klaus Berger, señala la manera concisa y sobria con la que el Evangelista Lucas cuenta los acontecimientos decisivos de la historia de la salvación. Son, luego, los ángeles quienes revelarán a personas relativamente extrañas de qué se trata. Los acontecimientos decisivos se cumplen casi en secreto. La Natividad es accesible solo a María y a José. Y las personas que, luego, se reúnen no son periodistas y reyes, sino mujeres y pastores. El misterio no es para la plaza del mercado, sino para una esfera íntima, familiar. Desde sus más lejanos orígenes, el cristianismo permanece estructurado así. No es apto para volverse un espectáculo público. La tensión entre secreto y martirio es su marca.
Podemos decir que en la fiesta de Navidad se pone de relieve el ocultamiento de Dios en la humildad de la condición humana, en el Niño de Belén.
Estamos llamados a vivir el acontecimiento de la Navidad como una ocasión única que nos llama a substraernos al espectáculo público, para llegar, finalmente, a mirar en los ojos a las personas de nuestra esfera íntima, familiar, para salir de aquella hipocresía del “todo tranquilo, todo sonrisas y canciones, espectacular, súper, demasiado bien…”, expresiones sin sentido verdadero que muestran el miedo de enfrentarnos con la verdad desnuda, y de esta verdad llegar a construir relaciones de libertad, alegría y amor que nunca terminan.
La Navidad es alegría porque vemos y estamos finalmente seguros de que Dios es el bien, la vida, la verdad del hombre y se abaja hasta el hombre, para elevarlo hacia Él: Dios se hace tan cercano que se puede verlo y tocarlo.
La Iglesia contempla este inefable misterio, y los textos de la liturgia de este tiempo están llenos de estupor y de alegría; todos los cantos de Navidad expresan esta alegría. Navidad es el punto donde se unen el cielo y la tierra, y varias expresiones que escuchamos en estos días ponen de relieve la grandeza de lo sucedido: el lejano se hizo cercano.
En ese Niño, lo que Dios es: eternidad, fuerza, santidad, vida, alegría, se une a lo que somos nosotros: debilidad, pecado, sufrimiento, muerte.
El Papa Francisco, en la homilía de la Nochebuena del 2022, nos recordó que
“Dios se ha hecho verdaderamente carne. De manera que, respecto a Él, no son suficientes las teorías, los pensamientos hermosos y los sentimientos piadosos. Jesús, que nace pobre, vivirá pobre y morirá pobre; no hizo muchos discursos sobre la pobreza, sino la vivió hasta las últimas consecuencias por nosotros. Desde el pesebre hasta la cruz, su amor por nosotros fue tangible, concreto: desde su nacimiento hasta su muerte, el hijo del carpintero abrazó la aspereza del leño, la rudeza de nuestra existencia. No nos amó con palabras, no nos amó en broma”.
La teología y la espiritualidad de la Navidad usan una expresión para describir este hecho: hablan de un admirable intercambio entre la divinidad y la humanidad.
En el misterio de la Encarnación, Dios, después de haber hablado e intervenido en la historia mediante mensajeros y con signos, apareció, salió de su luz inaccesible para iluminar al mundo.
Que esta Nochebuena constituya para todos nosotros una noche de profunda conversión de vida, a fin de que podamos experimentar las palabras del Profeta Isaías:
“El pueblo que caminaba en las tinieblas ha visto una gran luz” (Is 9, 1).
24/12/2024