A los feligreses de la parroquia Sagrado Corazón de Jesús de Ypacaraí (Paraguay)
Mis queridos amigos:
Dos veces, en la solemne celebración de la Vigilia Pascual, resuenan las palabras dirigidas a las mujeres fieles que se habían ido al sepulcro de Jesús.
La primera vez es cuando el Ángel dice a las mujeres: “No teman, yo sé que ustedes buscan a Jesús, el Crucificado”.
La segunda vez, es cuando Jesús mismo dice: “No teman”, e invita a las mujeres a dar el anuncio a sus hermanos “para que se vayan a Galilea, allá donde lo verán”.
Las mujeres fieles no han abandonado al Crucificado, y el Crucificado, que es la misma persona del Resucitado, las llama a la alegría, a no tener miedo, al anuncio de la victoria final de la vida sobre la muerte.
La liturgia de la Pascua de Resurrección nos hace cantar que “la muerte y la vida se enfrentaron en un duelo admirable: el Rey de la vida estuvo muerto, y ahora vive”.
Nunca como en este tiempo en que vivimos la pandemia del Coronavirus, estamos llamados a verificar la consistencia y la fuerza de nuestra fe.
La fe no es la proyección de nuestros sueños, de nuestros deseos. Y tampoco es la realización de lo que queremos, pagando el producto que deseamos con un precio establecido por nosotros mismos.
Muchas veces, nosotros actuamos come el mago Simón de quien hablan los Hechos de los Apóstoles.
Está escrito, en el libro de los Hechos de los Apóstoles, que
“al ver Simón que mediante la imposición de las manos de los apóstoles se transmitía el Espíritu, les ofreció dinero, diciendo: ‘Denme a mí también ese poder, de modo que a quien yo imponga las manos reciba el Espíritu Santo’. Pedro le contestó: ‘¡Al infierno tú y tu dinero! ¿Cómo has pensado comprar el Don de Dios con dinero? Tú no puedes esperar nada ni tomar parte en esto, porque tus pensamientos no son rectos ante Dios. Arrepiéntete de esa maldad tuya y ruega al Señor que perdone tus intenciones, ojalá lo haga. Porque en tus caminos solamente veo amargura y lazos de maldad’” (He 8, 18-23).
La tentación de la magia es grande, y en cierto modo Jesús quiso sufrirla.
Satán, en el desierto, lo invitó a utilizar su poder divino para saciar su hambre y para asombrara los judíos; pero Jesús no quiso recibir de él el poder sobre el mundo: “Adorarás al Señor tu Dios, y a Él solo servirás” (cf. Mt 4, 1-11).
El hombre, creado libre y capaz de escoger a Dios, recibe de Dios mismo el dominio del mundo; por tanto, no tiene que recurrir a la magia, que solo puede parodiar la naturaleza y corromper los efectos de la fe.
Este momento duro y difícil que estamos viviendo nos llama a una respuesta que juzga y purifica nuestra fe.
Hoy, en que estamos todos en cuarentena, debemos dar una respuesta personal que implica nuestro yo, que ya no puede esconderse detrás de una masa anónima.
Cuando vemos a nuestro Presidente de la República que visita los lugares donde podrían ser cremados nuestros cuerpos; cuando vemos en la tele lo que está pasando en otros países, entonces comprendemos que la multitud de los grandes mítines desaparece y que nos quedamos solos frente al acontecimiento único, no de la muerte en general, sino de nuestra muerte personal.
Y, como frente a la muerte, así frente a la fe la respuesta es siempre personal, mi única y exclusiva respuesta, que nadie puede dar en mi lugar.
Vivir la Pascua de Resurrección, en estos días de la pandemia del Coronavirus, quiere decir enfrentarse, puede ser por primera vez para nosotros, con el problema del sentido de la vida.
Y la vida es auténtica solo cuando llega la noche oscura, es decir, las grandes dificultades, el momento en que se ve quién ama y quién no ama. Si no sabemos pasar con fidelidad por las noches oscuras, por la puerta estrecha, no podremos llegara la resurrección. Cristo ha resucitado verdaderamente porque ha sido crucificado, porque ha pasado por la muerte. Y nosotros no debemos tener miedo de vivir los momentos duros de la vida, no tenemos que buscar el engaño de una existencia fácil, porque en ella no hay posibilidad de la resurrección, sino solo de la muerte y de la derrota eternas.
Quien sabe vivir su propia vocación, el amor de su propia vida, con fidelidad, paciencia y alegría, también en los momentos difíciles, sin hacer pesar sobre los demás su mismo sufrimiento, podrá experimentar con gran alegría la resurrección.
Estamos llamados a vivir, sin temor, la aventura que conduce a la felicidad y supera los extremos confines del tiempo y del espacio; la aventura que nace de la cruz de Cristo resucitado, alegría y paz para todos los que quieran seguirlo.
Nunca como hoy la fe cristiana hace de nosotros auténticos revolucionarios.
Con el Papa Francisco no podemos no decir:
“Son muchos los revolucionarios en la historia, han sido muchos. Pero ninguno ha tenido la fuerza de esta revolución que nos trajo Jesús: una revolución para transformar la historia, una revolución que cambia en profundidad el corazón del hombre”.
Porque “la verdadera revolución, la que transforma radicalmente la vida, la realizó Jesucristo a través de su Resurrección": la Cruz y la Resurrección. "Un cristiano, si no es revolucionario, en este tiempo, ¡no es cristiano!”.
“La cruz de Cristo, abrazada con amor, nunca conduce a la tristeza, sino a la alegría, a la alegría de ser salvados y de hacer un poquito eso que ha hecho Él aquel día de su muerte”.
Hoy es día de fiesta y de alegría. Cristo ha resucitado y ha vencido la muerte.
Un verdadero revolucionario no se deprime, no se abate, no abandona el campo, sino que se organiza con inteligencia, con disciplina, con firmeza y sabe bien que “la victoria en que el mundo ha sido vencido es nuestra fe” (1 Jn 5, 4).
Un verdadero revolucionario conoce las dificultades de la lucha, pero sabe que la victoria le pertenece porque
“¿quién nos separará del amor de Cristo? ¿Acaso las pruebas, la aflicción, la persecución, el hambre, la falta de todo, los peligros o la espada? … Pero no; en todo eso saldremos triunfadores gracias a Aquel que nos amó. Yo sé que ni la muerte ni la vida, ni los ángeles ni las fuerzas del universo, ni el presente ni el futuro, ni las fuerzas espirituales, ya sean del cielo o de los abismos, ni ninguna otra criatura podrán apartarnos del amor de Dios, manifestado en Cristo Jesús, nuestro Señor” (Rom 8, 35.37-39).
Y que la bendición de Dios todopoderoso,
Padre, Hijo, y Espíritu Santo,
descienda sobre ustedes y permanezca para siempre.
Amén.
Y con ustedes, en este día de la Resurrección del Señor, grito fuerte: “¡Hasta la victoria! Siempre”.
11/04/2020