A los feligreses de la parroquia Sagrado Corazón de Jesús de Ypacaraí (Paraguay)

 

 

Mis queridos amigos:

Esta vez, me dirijo a todos los jóvenes que están en camino para descubrir cuál será la elección que harán, y que determinará el curso de su vida.

Se trata, en palabras sencillas, del discernimiento y de la decisión sobre la propia vida, que cada uno está llamado a hacer madurar, a la luz de la palabra del Señor.

Esto exige el descubrimiento de una vocación, una llamada, que requiere un discernimiento fuerte y cuidadoso, y una preparación que tiene sus etapas, para poder realizarla en una vida bella y feliz.

Es fundamental –como dice el Papa Francisco– no quemar las etapas de la vida. Hay un tiempo para cada cosa, por ejemplo, un tiempo para ser compañeros de escuela y uno para ser amigos, a lo mejor, porque existe cierta sintonía de ideas, un compartir algunos juicios, un modo de ver y de proyectar la vida. Ser compañeros de escuela o amigos no significa, sin embargo, ser novios. Los jóvenes, y no solo ellos, actualmente usan demasiado y a destiempo las palabras “novio”, “novia”, sin comprender su sentido, su riqueza en contenido y su significado.

El noviazgo, decía el Papa Francisco, “es un itinerario de vida que debe madurar, es un camino de maduración en el amor, hasta el momento que se convierte en matrimonio”. La novia no es la esposa. El noviazgo no es el matrimonio, pero, al mismo tiempo, es una relación más fuerte y más estrecha que el ser compañeros de escuela o amigos. El noviazgo es una etapa importante y fundamental que prepara al matrimonio; una fase donde, sin embargo, todavía no se está seguro de que ella o él será la persona con la cual compartir toda la vida.

Cada etapa de la vida debe ser reconocida y respetada: por eso, las etapas no se deben quemar, y el amor se aprende y “se hace paso a paso”, sin anticipar en el tiempo del noviazgo lo que pertenece al matrimonio.

En el libro del Génesis, en el relato de la creación del hombre, que quiere explicar el sentido religioso de la creación misma, se lee que Dios hizo caer a Adán en un sueño profundo, le sacó una costilla y con esta formó la mujer, como carne de su carne y hueso de sus huesos (cf. Gen 2, 21-23).

El sentido profundo de este relato es que al hombre, a Adán, le falta una “costilla”, no una cualquiera, sino su “costilla”. Adán, cuando se despierta, tiene que buscar su “costilla”, su mujer. Por eso, no es una mujer cualquiera la que busca, sino la suya, aquella formada de la “costilla” que le faltaba, y, si encuentra a otra, que no es la suya, será un infeliz por toda la vida.

De aquí la necesidad de un discernimiento que permita conocer, comprender, analizar, reflexionar, en lugar de decidir basándose en un sentir superficial.

Los jóvenes están llamados a escuchar, a explorar la realidad, a profundizar y penetrar en ella para preguntarse: “¿Qué quiere el Señor que yo haga?”.

Respondiendo a esta pregunta se alcanza la felicidad, se reconoce la propia auténtica vocación, se encuentra la “costilla” que faltaba.

Escuchar la palabra del Señor, en el silencio interior y exterior, significa crear las condiciones para comprenderla bien, según lo que esa Palabra expresa, porque su sentido verdadero no es el que cada uno de nosotros le atribuye, sino solo el que el Señor le imprime: solo aquella es la verdad.

En la sociedad actual existe, a menudo, la tentación de querer relativizar la verdad, reduciéndola a la opinión de cada uno: “A mí me parece que… Yo pienso que… Yo entiendo…”. Esto significa determinar la verdad según el propio sentir, pero esto se vuelve la locura de un subjetivismo extremo e incoherente, que frecuentemente implica también la fe.

La Palabra es la del Señor y no se puede adaptar la verdad a nuestro sentir y a nuestro sentimiento. La fe no es un sentimentalismo religioso, una sensación, una sensibilidad epidérmica, tampoco es solamente atracción; la fe es, sobre todo, obediencia a la palabra del Señor.

También esta es una tentación actual: la de evitar las dificultades, de vaciar cada discurso fuerte, para transformarlo en light, sin consistencia. La moda de la ligereza, de lo que es light, no es solo una exigencia dietética para no engordar, para mantener la línea o para no morir de obesidad –con situaciones ridículas de personas que comen todo lo que pueden, pero, al final de la comida, toman un café con edulcorante light–, sino que ha implicado también el modo de pensar y de actuar.

Se come light, se piensa light y se actúa light. La educación tiene que ser light, padres y profesores deben formar light, también la fe y la religión deben ser light, para no tocar, más allá de cierta medida, la sensibilidad y la emotividad de las personas. El riesgo es el de ser padres tan light hasta volverse esclavos de los caprichos de los propios hijos.

La fe es un alimento fuerte, todo lo contrario de light; se predica y se vive con firmeza y con fuerza. Si se quiere ser light para no causar molestia, no se puede anunciar el Evangelio. Si la imagen de un Cristo muerto en la cruz de forma cruenta es inaguantable, y se quiere hacer más dulce y más limpia la escena, sin demasiada sangre y eliminando la cruz, ya no se trata de Cristo. No se puede presentar a un Cristo que muere, pero de manera light.

Es importante, sobre todo para los jóvenes, aprender a ser firmes, fuertes, entrenándose por medio de la escucha, del estudio, de la reflexión y del conocimiento, sin hacerse manipular la conciencia, para llegar, cuando será el momento, a una decisión definitiva y firme, a la cual permanecer fieles hasta el final.

La firmeza y la fidelidad no son virtudes anticuadas, sino que, al contrario, son la clave para vivir en una sociedad cada vez más mellada y consumista.

Cada uno encontrará la propia cruz, que no es una de las muchas que nos fabricamos personalmente, sino solo la que nos da el Señor. Si no pasamos por ella, es decir, no aceptamos la lucha y el esfuerzo para superar los obstáculos, no podremos ser nunca hombres y mujeres auténticos.

Y que la bendición de Dios todopoderoso,

Padre, Hijo, y Espíritu Santo,

descienda sobre ustedes y permanezca para siempre.

Amén.

 

P. Emilio Grasso

 

 

 

18/09/2021