A los feligreses de la parroquia Sagrado Corazón de Jesús de Ypacaraí (Paraguay)
Mis queridos amigos:
En un mundo fragmentado, fluido y precario como el de hoy, en que han desaparecido las certezas sólidas y el individuo se ha vuelto creador de verdad y de sentido para sí mismo, en esta “sociedad de la incertidumbre”, como la define el sociólogo Zygmunt Bauman, hablar a los jóvenes y adolescentes es algo que se hace cada vez más difícil, sobre todo si se hace la apuesta de interpelar su inteligencia y su racionalidad, antes que hacer hincapié en las emociones epidérmicas, de las que, en la mayoría de los casos, se dejan guiar.
Precisamente en este tiempo, es necesario hablar a la inteligencia de los jóvenes, hacerles descubrir la racionalidad de un discurso que supera la simple aproximación de la realidad, fundamentada en el gusto y la emoción, que, en la mayoría de los casos, lleva al fracaso de la vida y de los proyectos soñados.
En efecto, planear la vida, en particular la adolescencia, sobre la gratificación inmediata que nace del hacer lo que “me gusta” o “me hace sentir bien” o “me satisface”, en un mundo afectivo hecho a medida, no puede sino hacer entrar en una espiral de “deseos”, que, si permanecen insatisfechos, pueden conducir a la frustración perenne o a la búsqueda, a toda costa, de los medios para satisfacerlos, dejando que el todo se resuelva en el choque con el “deseo” ajeno y, por consecuencia, en el dominio del más fuerte.
A este propósito, nos recuerda Zygmunt Bauman que “hay dos valores sin los cuales la vida humana sería impensable: la seguridad y la libertad. Y cuanta más libertad tengamos menos seguridad, y cuanta más seguridad menos libertad”.
Seguridad y libertad están llamadas a encontrar un punto de equilibrio entre ellas. Y una educación demasiado permisiva y, sobre todo, demasiado protectora no forma al encuentro de este punto de equilibrio y, al final, se corre el riesgo de perder tanto la libertad cuanto la seguridad.
Ciertamente la adolescencia es el tiempo del descubrimiento de la libertad personal, pero igualmente es el tiempo del comprender y del buscar esa libertad que es auténtica y no se reduce al simple albedrío individual.
Por eso, los jóvenes tienen que adquirir la capacidad de usar correctamente la inteligencia, de intus legere, o sea, de “leer dentro” de la realidad, de descubrir las consecuencias de este actuar o del otro y, luego, de elegir con una conciencia más madura y amplia.
Efectivamente, junto al descubrimiento de la libertad personal, el adolescente tiene que ser acompañado para descubrir también que esta, en cuanto humana, siempre está históricamente situada y determinada por confines que son los que la libertad ajena pone, por las propias fuerzas y energías, por las instituciones y la sociedad misma, que debe vigilar a fin de dar la posibilidad de una comunidad vivible para todos.
Descubrir la propia libertad, pues, significa percatarse de que siempre se halla limitada. Gritar “lo queremos todo y enseguida”, frecuentemente, no es sino el intento de evitar el largo camino que nos hace chocar con la dura realidad, para intentar comprenderla y hacer elecciones auténticas y duraderas.
“Largo camino” quiere decir asumir, además de la categoría del espacio, la de la temporalidad, que significa capacidad de espera, tiempo de maduración. Y esto es fundamental también en la realidad de las relaciones que un joven entrelaza y vive, sobre todo de las afectivas y sexuales.
Los jóvenes tienen que poder tomarse el tiempo para aprender a pensar, y poderse decir recíprocamente que la relación es algo que debe ser construida día por día; que se puede estar juntos cuando se tienen la capacidad y los medios para vivir, cuando ya no se depende de los padres, cuando se tiene un trabajo, una casa, cuando se es hombres y ya no niños que dependen de los demás.
La temporalidad es gradación de crecimiento y de experiencias, es tiempo de conocimiento de sí mismo y del otro, es tiempo de estudio y de aprendizaje.
Gradación no quiere decir inmovilidad y falta de progreso; no quiere decir permanecer eternamente en la indecisión de la elección, eternos niños que son incapaces de dejar las seguridades familiares, porque se encuentran protegidos de los riesgos de la existencia, y dejados libres de poder hacer lo que quieran y que a ellos les guste, hasta desarrollar un concepto de libertad como absoluta revocabilidad de todas las elecciones.
Por consiguiente, actualmente, muchos jóvenes se encuentran sin conocer ni la gramática elemental de la existencia, y, como nómadas, pasan de un mundo afectivo y cultural a otro, ya sin referentes o, tal vez, con demasiados referentes cuantas son las idolatrías posmodernas.
Pero, a cierta edad, llega el tiempo de las decisiones, el tiempo de una elección de vida, el tiempo de la responsabilidad, el tiempo del empeño duradero. Porque, si la elección es auténtica, si el amor es verdadero, entonces deben ser duraderos, tienen que ser por toda la vida.
Precisamente por eso, a los jóvenes les necesita el aprendizaje de la duración, y de esa humildad que significa reconocerse necesitados de la ayuda de alguien que pueda acompañarlos en este camino.
Acompañar y no encuadrar. Un joven, en efecto, es llamado a pensar y decidir su futuro, no solo según la propia aspiración o inclinación, no solo en el contexto del espacio y del tiempo de su mundo, sino, sobre todo, a pensarlo y a decidirlo con relación al proyecto que Dios tiene sobre cada hombre, desde la eternidad.
El largo camino durante el cual hay que acompañar a los adolescentes y a los jóvenes es, en realidad, un recorrido hacia la libertad y la responsabilidad, hacia el momento en que estén en condiciones no solo de hacer una elección de vida, según la verdad del misterioso proyecto pensado por Dios para cada uno de ellos, sino, más profundamente, de decidir elegirlo como propia identidad.
Se debe tener el coraje de hablar a los jóvenes de elecciones y de compromiso por la vida y más allá de la muerte, en un mundo en que ya nada está consolidado y todo es a término, a corto plazo, y todo se vuelve a tiempo determinado, según el propio gusto.
En este horizonte cultural, que cada vez más está delineando una antropología precaria y fluctuante, y la visión de un hombre sin identidad que se adapta a cada situación, de un hombre cada vez más “líquido”, es necesario saber apostar que, escondido en lo más recóndito del corazón del joven, hay todavía ese deseo de eternidad y de totalidad que solo Dios puede colmar.
Y que la bendición de Dios todopoderoso,
Padre, Hijo, y Espíritu Santo,
descienda sobre ustedes y permanezca para siempre.
Amén.
06/11/2021