Contribución para el 50.º aniversario de fundación de la parroquia San Giuseppe Artigiano (Roma)
Proponemos una reflexión de Emilio Grasso escrita con ocasión del 50.º aniversario de fundación de la parroquia San Giuseppe Artigiano, en la calle Tiburtina (Roma).
Esta parroquia –que pertenece al sector norte del Vicariato de Roma– ha sido erigida el 24 de febrero de 1958, con decreto del Cardenal Vicario Clemente Micara, Quo facilius spirituali, y confiada al clero diocesano de Roma.
Su territorio fue sacado del de las parroquias Santa Maria Consolatrice, San Michele Arcangelo y San Lorenzo fuori le Mura. El P. Marco Valenti ha sido párroco de 1996 a 2010. Actualmente es párroco de San Saturnino Martire, parroquia donde nació Emilio, recibió los primeros sacramentos y fue ordenado sacerdote el 31 de octubre de 1966.
Queridísimo padre Marco:
En los años 60 he vivido las experiencias fundamentales de mi vida: el último de los cuatro años de trabajo después del diploma de Contador; los estudios en la Università Gregoriana; el Collegio Capranica; la ordenación sacerdotal; el período como vicario parroquial en San Giuseppe Artigiano; el comienzo de la experiencia entre los chabolistas.
Pero, mi experiencia no es comprensible y no puede ser leída fuera de los grandes acontecimientos históricos, que marcaron un viraje sin retorno.
Son los tiempos del deshielo en la Unión Soviética, que ponen las bases del derrumbamiento del imperio comunista; de las nuevas fronteras de Kennedy; del fin del colonialismo y del descubrimiento de los “condenados de la tierra”; de los grandes movimientos de lucha por los derechos humanos, simbolizados por el “sueño del profeta negro” Martin Luther King; del nacimiento y del imponerse de la rock generation; del fenómeno de la contestación juvenil, que se difunde por todo el mundo; de la guerra de Vietnam, que sacude las conciencias.
Pero, los años 60 son, para nosotros los católicos, sobre todo los del papa Juan y del Concilio. Precisamente hace poco, he tenido la gracia de celebrar la Misa en el altar de la Nunciatura Apostólica de Estambul, donde Mons. Ángelo Roncalli vivió y rezó, durante el período de su permanencia en Turquía.
Mis dos años en San Giuseppe Artigiano no son concebibles separados de aquel tiempo y juzgados fuera de precisas coordenadas históricas. Fueron momentos de fuerte puesta en tela de juicio de lo existente, en los que desvanecieron tantos lugares comunes, y se demostraron frágiles e inconsistentes muchas categorías de compresión de la realidad.
Yo intenté comprender e interpretar aquel tiempo, sobre todo con respecto a tres opciones que vagamente se iban poniendo de relieve, y que luego se consolidaron, cada vez más, en los documentos del Magisterio: la reconstitución del divorcio entre fe y cultura, los jóvenes, los pobres.
El 67, año en que llegué a San Giuseppe Artigiano, fue la estación en que Tenco lanzó su muy conocida canción “Ciao, amore ciao”.
Había un pequeño muro en la calle Pietro Ottoboni, donde un larguirucho y cuatro amigos cencerreaban las notas de esta canción, repitiendo las palabras: “Largarse lejos / buscar otro mundo / decir adiós al patio / marcharse soñando…”.
Mi primer impacto en parroquia fue con aquellos jóvenes.
Uno de ellos me dijo: "¿Qué estás mirando? ¿Qué quieres?… ¿Quieres saber qué hacemos?… Estamos sentados hasta que el pequeño muro se consume…”.
Hay una fecha que considero fundamental para la compresión de los años 1967-1969, en la historia de San Giuseppe Artigiano.
La noche de Navidad 1967, antes de la celebración de la Santa Misa, los muchachos del pequeño muro, junto con pocos otros jóvenes, se reunieron en la plaza enfrente de la iglesia parroquial, encendieron un gran fuego, no jugaron al póker y no comieron el panettone, leyeron algunos textos de la Biblia, del Papa y de autores varios y hablaron de la paz en Vietnam.
Con una vieja Olivetti lettera 22, fue escrito un texto titulado: “Navidad 1967. En Vietnam se muere”, que luego fue reproducido con el ciclostil y distribuido, entre miradas asustadas.
Elena, que tenía solo 13 años, pasó delante del fuego con sus padres, lo recogió y lo conservó.
Aquel fuego era muy poca cosa. Tal vez se habría acabado todo allí, si no hubiera sido agigantado y propagado por quien quiso ver la llegada de “Ho Chi Minh”, quien quemaba, con sus hordas salvajes, a la parroquia San Giuseppe Artigiano.
Queridísimo padre Marco:
Sin darme cuenta demasiado, estoy yendo mucho más allá de la breve reflexión que me has pedido. La boca habla de la abundancia del corazón, y San Giuseppe Artigiano, más que estar dentro de mi corazón, es mi corazón.
Ha dicho Juan Pablo II que “no hay futuro sin memoria” y el gran Newman escribió que “lo que a nosotros nos parece oscuro cuando sale al encuentro de nosotros, refleja el Sol de Justicia cuando ha pasado”. Y hoy, también para mí, algo está más claro.
Lo que cuenta, sin embargo, es que una “memoria purificada” (fue este el gran mensaje del Jubileo 2000) se vuelva principio de acción para el presente y nos abra hacia el futuro.
La contribución auténtica que creo poder dar a la parroquia San Giuseppe Artigiano no es tanto volver a una memoria irrepetible que nos encierre en el pasado, cuanto el de vivir en el presente, proyectado hacia el futuro, el espíritu profundo y genuino de aquella memoria, su intención más auténtica, que –por usar las palabras de Pablo VI, el gran Papa de mis años tiburtinos– fue la de “transformar con la fuerza del Evangelio los criterios de juicio, los valores determinantes, los puntos de interés, las líneas de pensamiento, las fuentes inspiradoras y los modelos de vida de la humanidad, que están en contraste con la palabra de Dios y con el designio de salvación”.
De aquel fuego que se encendió en la noche de Navidad 1967 y de aquella vigilia por la paz de Vietnam, nació el famoso grupo de las salette (pequeñas salas).
El núcleo original de la Comunidad Redemptor hominis nació en aquellas salette y en lo que estas constituyeron para los primeros que las vivieron.
Olvidarlas, absolutizarlas en su caducidad histórica, renegarlas en su significado más profundo, reducirlas a uno de los tantos momentos de la vida juvenil, transferirlas acríticamente en otros contextos, fuera de la compresión profunda que tuvieron para sus protagonistas, traicionar su memoria o hacer de ellas un fetiche sin historia, quiere decir simplemente no haber comprendido nada de ellas y de aquella experiencia.
Es lo que ha sucedido a muchos; personas que no han sabido lidiar con su memoria; memoria encadenada, arrojada a un pozo y tapiada para siempre.
El 20 de junio de 1969, dejando definitivamente a la amada parroquia San Giuseppe Artigiano, escribí una larga carta a los “amigos de las salette”.
En aquel entonces, empezó otro capítulo de la historia.
Estaré unido a ustedes desde Ypacaraí, en la celebración del Único sacrificio del Señor.
(Traducido del italiano por Luigi Moretti)
24/02/2014